Leonardo
Padrón

El caos y sus versiones

Cumaná es hoy una palabra saqueada. Una ciudad desvalijada. El martes 14 de junio sufrió, quizás, el mayor movimiento sísmico de la crisis nacional. Los titulares hablan de varios heridos y más de 400 detenidos. Los testimonios están salpicados de asombro y pánico. El salvaje oeste de Hollywood llegó al oriente de Venezuela. En tropel. El hambre y la delincuencia se dieron la mano y todo se salió de control. En la tarde el caos crecía, se hablaba de la inminencia de un toque de queda, de tanquetas y guardias apurando su llegada a la zona, mientras Nicolás Maduro, en su show vespertino, se encadenaba y repetía su cansón estribillo contra Ramos Allup (una fijación) y la derecha neocolonialista (bostezo). A su vez, luego de meses desgranando insultos y estridencias contra Obama, ayer dijo que el presidente norteamericano le caía muy bien. Un giro oportuno en su proverbial furia antiimperialista, pues Estados Unidos, a través de John Kerry, aceptó hablar con nuestra virulenta ministra de Relaciones Exteriores. Pero ya todos sabemos de lo efímero y cambiante del discurso presidencial y, sobre todo, sabemos que eso no era lo importante. Lo terrible, lo pavoroso, es lo que sucedía en Cumaná, con réplicas nerviosas en las calles de Catia y Guarenas.

Como siempre, el resto del país se enteró de la revuelta en curso por las redes sociales. Las televisoras, luego de la cadena presidencial, fueron sumamente pudorosas. La espada de Damocles sobre las concesiones radioeléctricas ejercía su función: castrar la información.

En la noche del martes, a mi chat telefónico llegó un audio. Era la voz de una mujer, con el susto atascado en la garganta: “Amigos, la situación en Cumaná no es nada fácil. Saquearon panaderías, supermercados, ópticas, farmacias. ¡Saquearon todo! Mañana Cumaná no tendrá un solo establecimiento donde comprar el más mínimo enlatado. Este estallido nos agarró con lo que teníamos en la nevera. Aquí todo se acabó. El centro está destruido. Mañana amanece y si no tienes comida en la nevera, no tienes nada que comer. Por favor, yo les pido que este audio lo reproduzcan y que recorra toda Venezuela porque de verdad que el país… yo no entiendo…¿por qué razón tienen que mezclar el hambre con el vandalismo?… Aquí, aparte de los saqueos, los motorizados salieron a la calle y cualquier persona que se encontraban le arrebataban la cartera, gente que atracaban en los carros… un vandalismo total. Esto está horrible. ¡Yo no sé en qué va a parar!”

La primera reacción es de estupor. De susto y honda preocupación. Las redes parecían confirmar lo que narraba la mujer anónima. Pero ya uno ha aprendido a ser receloso con todo lo que venga en formato de cadena. En más de una ocasión han echado a rodar audios tremebundos que solo buscan azuzar a la gente, encender la chispa final, estimular la revuelta social. Yo mismo he sido víctima de esas adulteraciones. Desde hace meses circula por las redes un texto cuya autoría me atribuyen, de carácter incendiario, salpicado de procacidades y arengas un tanto altisonantes. Me he desgastado ante innumerables amigos y desconocidos explicándoles que ese texto no es mío, apenas me pertenece un mínimo fragmento extraído de una crónica del 2014, fragmento que luego fue rudamente aliñado por un inescrupuloso usurpador de identidades.

Pero el audio que reflejaba la terrible situación de Cumaná resultó ser cierto. Yo tengo familia y gente amiga en esa ciudad. No me fue difícil constatar la veracidad de todo lo que narraba con voz de urgencia esa mujer.

En el portal web de Runrunes un trabajo de investigación reseña que, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), entre enero y abril de 2016 se documentaron 2.138 protestas en el país. Otros datos afirman que, de esas protestas, 264 se han convertido en saqueos o intentos de saqueos. Solo en cinco meses de este exasperado 2016.

A nadie sorprende el nivel de encrespamiento de la calle. Todo lo contrario. El estribillo recurrente es el misterio de por qué aún el país no ha reventado por sus cuatro costados. ¿Qué ha frenado el estallido social? Unos afirman que ya está ocurriendo, solo que es en cámara lenta, progresiva e irreversible. Pero hay un extraño comportamiento en muchos de los saqueos. Eventualmente terminan siendo enriquecidos con la presencia de verdaderos ejércitos de motorizados (colectivos) o respondiendo a una sincronía de tiempo francamente sospechosa. ¿Está el propio gobierno estimulando la violencia en las calles para tener la excusa perfecta de cancelar el referéndum revocatorio? ¿Buscan decretar un estado de conmoción nacional y echar a la basura los intentos de los factores democráticos por cambiar el rumbo de las cosas? ¿Son capaces de jugar con tanta gasolina a la vez? Ellos, por su parte, hacen lo habitual: endosarle el patrimonio de la violencia a la oposición. Es su acto reflejo, su lección aprendida. Un día culpan a Alvaro Uribe, otro a María Corina Machado, a Gaby Arellano o al propio Capriles. Son predecibles. Demasiado.

La candelita de la irresponsabilidad del gobierno brota por todas partes. Si detrás del descontento popular hay un plan de azuzar las llamas, por su necesidad de huir del revocatorio, entonces hemos llegado al último sótano de la perversión.

El caos, por donde se mire, tiene nombre y apellido: Nicolás Maduro y compañía. Bien sea por su incompetencia o por su alevosía. El gobierno está jugando con las vidas y los ya escasos bienes de los venezolanos. Si el río se sale de cauce, nos inundará a todos. Incluyéndolos. Y, para parafrasear a su padre tutelar, no el cada vez menos eterno, sino el del habano en La Habana: ténganlo claro, la historia no los absolverá.

Leonardo Padrón

 

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