Leonardo
Padrón

El espía que nunca lo fue

Hay una ciudad que posee un lago cuya agua es cuatro veces más salada que el agua del mar. Se llama Salt Lake City y es la capital de Utah. Allí nació hace 24 años Joshua Holt, devoto de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, gerente de una tienda de celulares y carpintero a ratos. Ese hombre hoy está detenido en Venezuela por presuntamente poseer armas de guerra y ser espía del imperio norteamericano.

Y todo comenzó por una historia de amor.

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Se estima que el 60% de los habitantes de Utah son mormones. 1.8 millones de personas. Joshua Holt lo es. En una misión mormona realizada en Washington compartió con muchos compañeros de habla hispana. Le gustó la idea de aprender español y, vía internet, accedió a una página web donde mormones latinoamericanos intercambiaban experiencias. Allí se topó con Thamara Belén Caleño, venezolana nacida en Ecuador y residente de Ciudad Caribia, una villa fundada por Hugo Chávez y donde casi el 100% de sus pobladores son seguidores del proceso revolucionario. De hecho, Thamara es simpatizante del chavismo. Pero ese no era un tema a considerar para Joshua.

Las conversaciones se tornaron cálidas, incesantes, eternas. “Hablaban día y noche”, cuenta la madre del joven americano. Joshua, blanquísimo, gringuísimo, se había enamorado de la radiante morena. El contacto se inició en enero, el amor se volvió vertiginoso, en mayo se conocieron físicamente en República Dominicana y ya el 11 de junio Joshua y Thamara se estaban casando en Caracas.

Diecinueve días después ambos se encontraban presos en un calabozo del Sebin por el supuesto porte de un rifle de asalto AK-47, 148 ojivas de plomo y una granada de guerra en la maleta del asombrado mormón.

Todavía Joshua guardaba restos del bronceado adquirido en su semana de luna de miel en Margarita.

La historia de amor mutaba en pesadilla.

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Se sabe lo peligrosa que es Ciudad Caribia. Los taxistas se niegan a llevar pasajeros a sus calles. El riesgo de perder el vehículo o la vida es muy alto. Una madriguera de delincuentes, así denominan algunos expertos la ciudad socialista que surgió en el 2011 a pocas zancadas de la autopista Caracas-La Guaira. Sin duda, Joshua Holt estaba tentando su suerte al quedarse allí unos días mientras esperaba que a Thamara y sus dos hijos les saliera la visa americana para construir, junto a él, otra vida en Riverton, Utah. Pero la visa para un sueño no llegó a tiempo. Llegaron, en cambio, las unidades de combate de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP). Y con ellas, el rostro más pavoroso de esta historia.

La crónica de los hechos da cuenta de un operativo que perseguía capturar a los culpables de un sicariato ocurrido contra Omar Jesús Molina Marín, militante del PSUV. El asesinato, según el entonces ministro de Interior y Justicia, Gustavo González López, habría sido ejecutado por una banda paramilitar denominada “Los Sindicalistas”. En el operativo fueron abatidos “seis peligrosos sujetos” y detenidas 7 personas. Dos de ellas eran Joshua y Thamara. Fueron una posdata inesperada.

La policía, cuentan testigos, entró en el domicilio de Thamara sin orden de allanamiento. Se llevaron a la desconcertada pareja y luego los soltaron. A los 45 minutos volvieron por ellos. La madre de Thamara, que vive allí, asegura que les sembraron el AK-47 y la granada.

Pero la narrativa oficial afirma que la presencia de Joshua obedece “a la misma estrategia empleada por sujetos de otras nacionalidades que se infiltran en los edificios de la Gran Misión Vivienda Venezuela desde donde planifican atentados contra la vida de líderes revolucionarios”.

Vaya. Lo que era una telenovela rosa con ingredientes religiosos ahora se convertía en una película al mejor estilo de Jason Bourne.

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Los padres de Joshua Holt poseen el fenotipo del norteamericano promedio al oeste del río Mississippi. Al hablar con Jason y Laurie se percibe que los domina el estupor ante la historia que está viviendo su hijo en suelo venezolano. Les parece absurdo que alguien pueda considerarlo un espía, un portador de armas de guerra o algo por el estilo. Laurie confiesa que no sabe cuánto pueda aguantar. Su miedo crece a cada minuto. Joshua tiene más de un mes detenido y apenas han logrado hablar con él una vez por teléfono. La madre recuerda que la conversación estuvo ahogada por su llanto, pero también por el de su hijo, quien les pedía desesperadamente que lo sacaran de allí.

Jason y Laurie siempre tuvieron un mal pálpito. No les resultaba extraño el afán de Joshua por casarse con Thamara pues el concepto de familia es central en la religión mormona. Los noviazgos no demoran en transformarse en boda. Pero habían oído de los aterradores niveles de inseguridad del país caribeño. Para ellos y su hijo la política no es relevante en su agenda cotidiana. Lo que de verdad surca la vida de Joshua Holt es la religión, aseguran.

“Joshua es la alegría de la casa. Cada vez que entra a un sitio, brilla el sitio. Nos cuesta conseguir una foto donde no esté sonreído. Su placer es ayudar a la gente y leer las escrituras”, cuenta su madre, orgullosa y mormona. Le atormenta que su hijo sufre de cálculos renales, que desde hace días está tosiendo sangre, que ha perdido mucho peso y que su futuro sea tan incierto. Doce años de pena se le otorgan a los culpables por portar armamento de guerra.

Los padres de Joshua no terminan de entender lo que está pasando. No tienen idea de los avatares de la política en Venezuela. Necesitan ayuda para descifrar tantas incógnitas. Y apareció Thomas Reams, un mormón casado hace 16 años con Liliana, una oriental nacida en las entrañas de Maturín.

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Thomas Reams conoció a Liliana bailando salsa y merengue. Desde que aprendió los giros de la música latina comenzó a frecuentar salones de baile. Allí la descubrió. Liliana tenía ya años en la Ciudad del Lago Salado, adonde arribó con su primer esposo, un maracucho con quien tuvo tres hijos. Pero llegó el divorcio. Y el amor le ofreció otra opción bajo el nombre de Thomas Reams, director de finanzas de una escuela de enfermería, pero sobre todo, amante de la música de Oscar D´Leon. Ya había escuchado Mata Siguaraya decenas de veces antes de conocer a Liliana.

Ambos están en permanente colaboración con la comunidad venezolana en Utah. En el 2012 se hablaba de 9 mil compatriotas residentes en esa rocosa zona de los Estados Unidos. Pero estiman que hoy la cifra ronda los 12 mil. Liliana asevera que diariamente llegan de tres a cuatro familias, huyendo del apocalipsis venezolano. Casi ninguno sabe qué va a ser de sus vidas. Ellos se esmeran en conseguirles ropa, alimentos, albergue. ¿Cómo no iban a ayudar a los padres de un joven mormón detenido en Venezuela bajo la presunción de ser espía del imperio?

Thomas no conoce a Joshua. Pero ya es íntimo amigo de su familia. Con él, pueden llorar en español.

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Mientras tanto, los días pasan. Ante la alusión oficial a un video donde Joshua Holt aparece disparando un arma, los padres del joven americano casi ríen: “En Utah todo el mundo toma prácticas de tiro. Es un pasatiempo típico. Aquí todos cuelgan sus videos de entrenamiento en el facebook”.

Joshua Holt también posee licencia de piloto. Lo cual, según el gobierno, es gravísimo. Pero para sus padres es incluso un aprendizaje no resuelto, pues nunca llegó a volar un avión en su vida. Otro argumento para inculparlo en lides extremas habla de su viaje a Washington. Ellos aclaran que la misión mormona que realizó su hijo fue en Washington, el estado, no en Washington DC (District of Columbia), capital de los Estados Unidos, ubicada entre los estados de Maryland y Virginia. Cada Washington muy distinto al otro y muy remotos entre sí.

La trama pierde verosimilitud con el avance del tiempo. En Caracas, un vecino de Thamara dejó caer un comentario singular: el hecho de que hubieran conseguido a un gringo casado con una chavista en plena Ciudad Caribia activó la imaginación de las autoridades.

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Hace una semana hubo una marcha en Salt Lake City. La comunidad se movilizó en apoyo a un compatriota que se encuentra sumergido en una celda del Helicoide, a miles de kilómetros de su casa. Los padres han hablado con senadores, abogados, diplomáticos. Están desesperados.

Seamos claros, en Venezuela cualquier persona puede ir a prisión. No importa si ha cometido un delito o no. Eso es accesorio. A veces sirve, como podría ser este caso, para justificar la tesis gubernamental de que la invasión de los marines ya comenzó. A veces funciona para castigar a opositores, estudiantes o periodistas. En general, ocurre por la necesidad de conseguir cualquier otro culpable que no sean ellos mismos.

Esta es la historia, aun no resuelta, de un espía que nunca lo fue.

Leonardo Padrón

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