Leonardo
Padrón

La calle habla

Nada como el idioma de la calle. Todos los días habla, comenta la penuria o los pequeños triunfos, derrama anécdotas, elabora su propia gramática sobre el país. Para comprobar la escasez, escribe la prosa larga y humillante de las colas. Para ratificar la inseguridad, exhibe en la noche sus páginas vacías de gente. Para decir tengo hambre, garrapatea saqueos de camiones y negocios, pancartas de protesta, gritos de hartazgo. Hoy la calle parece pronunciar, a una sola voz, su urgencia más trascendente: cambiar. Esta sintaxis del caos y la violencia, esta ortografía corrupta, esta narrativa oscura debe concluir. Debemos cambiar el orden de las cosas. De la vida, en general. Y entonces hoy la calle, desde el lunes 20 de junio, está hablando de una forma extraordinariamente nítida. La calle está llena de ciudadanos validando su firma para revocar al presidente más mediocre de la historia contemporánea de Venezuela.

Siendo sinceros, ni siquiera habría que asomarse a los resultados que terminen arrojando las máquinas del CNE. Todos sabemos que los ríos de gente que colapsan los difíciles y remotos puntos de validación superan ampliamente el 1% requerido. Es obvio. Contundente. Maduro, Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena lo saben. Están viendo lo mismo que todo el país. Colas extraordinarias, inmensas, enfáticas, de gente resuelta a hacer valer sus derechos a pesar de lo que sea. Están viendo los autobuses llenos de ciudadanos desandando los kilómetros de cinismo y obstáculos que ellos mismos diseñaron. Por supuesto que vieron la imagen de las curiaras surcando los caños de Delta Amacuro con gente dirigiéndose a validar sus firmas. Y los firmantes bajo la lluvia de Mérida y de Barquisimeto, bajo el sol de Plaza Venezuela y Apure. Y los mirandinos yendo hasta Higuerote y Caucagua. Y, en general, todo el país hablando en voz alta, pronunciando una misma palabra: revocatorio.

Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena entonces ordenan la consabida operación morrocoy, el cierre prematuro de las mesas, las máquinas que se dañan oportunamente, y también inventan alcabalas, detienen autobuses enteros de gente, cierran vías. Es decir, le ponen piedras a la expresión ciudadana. Piedras de todo calibre. Están en pánico, aterrados, porque la calle está hablando realmente duro. Y no es precisamente el idioma de la violencia, sino el del civismo, el que ordena la constitución, el que merece un país civilizado.

Esto ya no tiene regreso. La revolución agoniza en los charcos del propio caos que generó. La calle siempre ha hablado. Y su mensaje hoy es muy nítido: es hora de que culmine un oscuro episodio de nuestra historia y comience otro. Es hora de construir la ruta definitiva para estrenar otro país.

Leonardo Padrón

CaraotaDigital – junio 23, 2016

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