Leonardo
Padrón

La ciudad en nosotros

También los hombres son ciudades, dijo alguna vez Oswaldo Trejo. La frase no es solo un hallazgo lírico sino  una certeza inquietante. El hombre es, sin duda, la caja de resonancia de la comarca que habita. Es el argumento de su propia ciudad. El animal urbano entraña, en su definición, una forma de vida. Por eso muchas veces se impone traducir la marca que la ciudad ejerce en nosotros, la manera en que se infiltra en nuestro talante y en la curva de nuestras vocales. Por eso tantos escritores se han detenido en una misma palabra: Caracas.

Caracas, la reina de la injuria y la lujuria, la entrañable y violenta, la del pasado demolido y el presente en vértigo, posee una no oficializada legión de devotos. Algunos más enfáticos que otros, más furiosos o esquivos. La hemos escrito desde el apego, la nostalgia y la desazón. La hemos inventariado en crónicas, celebrado en poemas, desfragmentado en cuentos y novelas, procurado en ensayos. A Caracas también se le pinta, se le detiene en fotos, se le convierte en documental y película. Se le canta. Se le hiere y desgobierna. Caracas se derrumba un poco todos los días. Se reinventa de mes en mes. Es una mutante escenografía de cinco millones de personas que conviven en su asfalto hirviente y roto.

La indiferencia es su documento prohibido. Parece imposible vivirla y desechar la experiencia. Todo lo contrario. Se  inmiscuye en el blanco de la página. Y de eso da testimonio un monumental trabajo que ha llevado a cabo Ana Teresa Torres reuniendo una exhaustiva muestra de fervor a la ciudad que abarca a casi una centena de escritores de todas las épocas, estilos y maneras. Y así la ha titulado: Fervor de Caracas. Una imprescindible antología literaria sobre la ciudad de nuestros afanes.

Una antología que funciona como un diario de la ciudad. Un diario, de variadísimos tonos, que tiene la habilidad de descartar la  cronología para apostar por una estructura de instancias urbanas. Cada página agrega una nueva inflexión para conformar el rompecabezas de Caracas y lograr su biografía íntima a través de la voz de sus escritores.

En esta reunión de textos hay un verdadero coctel de hallazgos: la palabra antigua, el reclamo, el mapa de sus ventanas, lo amoroso y la advertencia, la crónica risueña, el tramo de novela, la montaña como emblema, la luz de sus mangos, la sensación de paraíso, la mudanza eterna, el paisaje que convive con el escombro, la aflicción por la ciudad que ya no es, el abecedario de lo baldío, los ecos de las dictaduras que ha padecido y hasta las esquinas bautizadas con el nombre de los árboles o espantos que las rigen.

Y como bien lo dice Ana Teresa Torres en el pórtico, la lectura de este libro “contiene una breve historia del lenguaje literario venezolano en el que saltan insospechados ecos y coincidencias”. No solo es prodigioso encontrar tantas formas de querer a Caracas, sino tantas maneras de contarla, estilísticamente hablando. Iniciar la ruta con la prosa seminal de José de Oviedo y Baños, pasar al adjetivo febril de Adriano González León, toparse con Aquiles Nazoa junto a Guillermo Meneses, poner a convivir a Vicente Gerbasi con Rodrigo Blanco Calderón o Jacobo Borges, leer la Caracas de Elisa Lerner y páginas después la de Gisela Kozak, Victoria de Stefano o Jacqueline Goldberg, ir del siglo XVIII al XXI, de Méndez Guédez a Salvador Garmendia o a Luz Machado, asomarse a la gentil ciudad de Efraín Subero, a un poema de Igor Barreto, o a la nostalgia epistolar de Andres Bello. Oír los aguaceros caraqueños en la palabra de Yolanda Pantin, empujar el portón de Teresa de la Parra y desembocar en la corrosiva mirada de José Ignacio Cabrujas. Contar a Caracas desde tantas voces es, por decir lo menos, una tentadora experiencia literaria y un portentoso tributo al valle esencial.

Aquí se asoma la mínima épica de sus calles. Aquí se reseña tanto el rumbo de las garzas y mendigos como el tejido vital de los inmigrantes. Aquí están el sol, sus frutas y su óxido. Todo con ese olor a fugacidad que es su impronta. Como nosotros, inquilinos de una ciudad que nunca termina de ser, pero que llevamos en las uñas del fervor, intentando entender la difícil ecuación de su belleza, esquivando el beso letal de su violencia, y sabiendo que no podremos renunciar a ella, ni siquiera convirtiéndonos en distancia y adiós.

William Niño Araque, uno de sus principales devotos, anota lúcidamente en el epílogo: “Caracas entera puede ser entendida como un descomunal texto en prosa, generalmente inacabado” y esa es la Caracas que atraviesa estás páginas, multiforme, virulenta y entrañable, sin poderla abrazar del todo, fustigante, mundana, esnobista y andrajosa. Con su vieja música de grillos y ranas anocheciendo en nuestras palabras.

Fervor de Caracas es un gran mapa literario de nuestra ciudad tutelar. Ana Teresa Torres ha descolgado la voz de decenas de escritores para conformar una cartografía sentimental de la ciudad a través de su memoria, su transitoriedad, sus exilios y estallidos, y su terca posibilidad de ser alguna vez la ciudad que hemos ambicionado.

Recorrer sus páginas es una excursión sin desperdicio. Caraqueño hasta la fiesta y el dolor, no puedo menos que celebrar el empeño de Fundavag Ediciones y la rigurosidad que hay en este trabajo de Ana Teresa Torres que agrupa textos que abarcan cuatro siglos de fervor por una Caracas irremediable en la tinta de nuestros demonios y pasiones.

He aquí una forma de poseerla. De recorrer amorosamente la ciudad que hay en nosotros. La ciudad que somos. Bienvenida sea.

Leonardo Padrón

 

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