Leonardo
Padrón

La inesperada simpatía por el diablo

​Hay lugares donde la historia avanza. El enemigo número uno de la revolución cubana aterrizó el 20 de marzo en el aeropuerto de La Habana, paseó por sus calles, entró en su hermosa catedral, se tomó una foto en la Plaza de la Revolución (con el Che de paisaje de fondo), comió en un conocido paladar, entonó sus palabras en el Gran Teatro, disfrutó de un juego de beisbol en el principal estadio de la isla, en fin, estuvo a sus largas y anchas, como sólo lo puede hacer alguien que es esperado con los brazos abiertos. El enemigo número uno, digámosle Goliat, se dio incansables apretones de mano con el supuesto David latinoamericano. “Dialogar”, “promover vínculos”, “estrechar acercamientos”, “dar pasos en común”, “reconstruir puentes”, todo eso lo verbalizó Raúl Castro en el discurso que dio junto a Barack Obama frente a la prensa internacional. Al líder del mayor imperio del mundo y cabecilla del capitalismo salvaje se le trató como el nuevo mejor amigo. La nomenklatura cubana tuvo el tacto de esconder debajo de la alfombra roja la retórica de confrontación que posee ya más de medio siglo de uso exasperado. En la más recóndita gaveta guardaron el “Yankees Go Home!” y estrenaron la serpentina del “Welcome Home!”. Con la garbosa sonrisa de Obama y sus paraguas negros, pues, que sean también bienvenido todos los dólares posibles. Es crucial. Un asunto de estado. La chequera grande, Venezuela, está en serios y aparatosos problemas. Quedan muy pocos cheques en el talonario. Urge abrazar al enemigo público número uno.
Y así, el adversario histórico, la amenaza eterna, derramó sonrisas, exudó las galas de un caballero, trajo a su familia (suegra incluida), caminó bajo la lluvia, saludó a los balcones, citó a Martí, le ofrendó flores, celebró la belleza de la Habana Vieja, trajo a 40 personas, (entre demócratas, republicanos y empresarios) y recalcó su satisfacción ante tanto rostro que con formato de bienvenida le hablaba en cubanísimo acento.
Mientras tanto, el gobierno venezolano se sumió en un silencio estruendoso. Los voceros oficiales que días atrás reclamaban, altisonantes, la renovación del decreto que sanciona a ciertos dirigentes del chavismo por violación de los derechos humanos y que conlleva calificar al país como una amenaza, han sosegado, ¿o postergado?, sus trompetas incendiarias. Los cartelitos, vallas y franelas que rezan #ObamaDerogaElDecretoYa desaparecieron nuevamente. Ese tono pendenciero que mezcla altivez y nacionalismo en cuotas desproporcionadas ha sido amortiguado. No hay cadenas patrioteras. No hay rebullicio de consignas antiimperialistas bajo el balcón del pueblo. No hay marchas ni viajes a Cuba para reclamarle tanta insolencia a Barack Hussein Obama (tal como hicieron en Panamá, que hasta más caro les salía). Sin duda, la orden de Raúl Castro fue tajante: “¿Por qué no te callas, Nicolás?…al menos, mientras nos abrazamos con la visita”.
En muchos medios de comunicación y portales de internet están floreciendo artículos, crónicas, reportajes sobre las incidencias de la visita de Obama a Cuba. En el periódico El País de España reseñan el alborozo de un mesonero que le tocó atender a Obama y su familia en el restaurante más famoso de la isla. Todo es risas, emoción, fotos. Vendrán más artículos, reseñas e infidencias conmovedoras. Mucha tela a disposición. Del paso del ogro por la isla lo que quedó fue su blanquísima sonrisa empotrada en su rostro afroamericano, su ecuanimidad política, su ponderación y sus ansias de que la Guerra Fría termine de convertirse en una foto en blanco y negro, una barajita para el álbum de los errores y de los nostálgicos fundamentalistas.
Mientras tanto, aquí, en el caldero de la revolución bolivariana, en este tren ideológico de motores casi extintos, se quedaron sin idioma. Las consignas encrespadas se desinflaron en el aire. Las banderas contra el imperio reposan en lugar desconocido. Nadie grita insultos contra Wall Street. Nadie habla en estos días de rebelión popular contra la inminente invasión de los marines. Ni del furor antimperialista de Miranda, Guaicaipuro o José Leonardo Chirinos. Lo sucedido en La Habana descolocó a los castristas del patio. Nadie se esperaba que fuera tan cordial el diablo de este cuento. Es casi una casualidad poética que justo días después los mismísimos Rolling Stones canten sobre el suelo de La Habana su más legendaria canción “Simpatía por el Diablo”. Y, ténganlo por seguro, los doscientos mil cubanos estimados en el concierto le harán coro a Mick Jagger. El azufre de Obama ha terminado siendo una buena noticia. Todo un desastre para el viejo libreto de la izquierda latinoamericana.
Hay lugares donde la historia avanza. Venezuela es una melancólica excepción.

Leonardo Padrón

Lo más reciente