Leonardo
Padrón

La verdadera vinotinto

La noche del 6 de Diciembre del 2015 los venezolanos escribimos una página clave en el libro de nuestra historia futura. Siete millones setecientos mil personas apostamos por el cambio en una participación electoral record, por ser un evento que solo apuntaba a elegir un nuevo parlamento. El venezolano suele volcarse masivamente sobre las mesas electorales básicamente cuando se dirime el nombre de un nuevo presidente de la república. Pero esta vez el estado de apocalipsis que vivimos marcó la pauta. La política se le metió en la nevera al venezolano. Le estremeció su comedor. Fue demasiado. Era imposible la indiferencia.

En todo caso, nadie podía prever lo que iba a pasar en estas elecciones, más allá de las auspiciosas encuestas. Hasta qué punto la indolencia, el miedo o la apatía serían echadas a un lado. Y ante la resignación que nos ha cubierto como nube tóxica durante tantos años, ante el tatuaje de desesperanza aprendida que llevábamos marcado en la nuca, cualquier desenlace podía ocurrir.
Por eso los militantes de la esperanza, los optimistas crónicos, los venezolanos que no están acostumbrados a claudicar, los que renuncian a dejar el país en manos de unos soberanos irresponsables y corruptos, se activaron de todas las maneras posibles para movilizar al resto del país y lograr que la apetencia de cambio se manifestara a través de un aluvión de votos.
Si tratamos de ponerle rostro a las razones de la victoria encontraremos un mosaico espléndido. En esa lista, que siempre será incompleta, amnésica, injusta, hay que hablar de la propia MUD, del espíritu de conciliación que privó para zanjar las diferencias ideológicas que se aglutinan en ese gran galpón de tendencias y partidos políticos que es la oposición. La premisa de la unidad triunfó. Fue una palabra que se convirtió en estribillo y mantra. Una palabra que funcionó para domesticar ambiciones personales y egos excesivos. Una palabra clave para que el electorado comenzara a confiar en sus candidatos. Los políticos de oposición, luego de tantas derrotas, errores y dislates, aprendieron la lección.
Así mismo, fue crucial lo hecho por las distintas organizaciones que desde hace años se han forjado en función de estimular a la gente a votar, a organizarse, a educarse políticamente. Son tantas, tantas, que es mejor no listarlas para no cometer el pecado de la omisión. De igual forma se debe aplaudir el entusiasmo de los estudiantes, indeclinables, maravillosamente tercos, siempre dispuestos a alzar la voz, a llenar las calles, a insistir.
Nadie podría negar, a riesgo de ser mezquino, el aporte y tesón de mujeres como Lilian Tintori, Mitzy Capriles, Patricia de Ceballos o Bony Simonovis, esposas de emblemáticos presos políticos que decidieron convertirse en queja permanente, en reclamo activo, en ruta internacional para llevar a todos los rincones del planeta el testimonio de la arbitrariedad e injusticia que ha hecho de este régimen un ejemplo de cómo violar los derechos humanos impunemente en pleno siglo XXI. En buena medida ayudaron a convocar la mirada vigilante de la comunidad internacional y las denuncias de países, numerosos ex presidentes y parlamentos extranjeros.
Hay una instancia que vale la pena nombrar y fue el aporte que hizo el país cultural a través de sus códigos. La presencia inquebrantable -en la prensa, en la radio o en las redes- de los analistas, escritores y cronistas que sumaron sus argumentos y criterios. Los dramaturgos, actores y músicos que recorrieron el país con obras, charlas o espectáculos altamente críticos y sugestivos, donde se hablaba –así fuera de soslayo- de autoritarismo, de desabastecimiento, de diáspora, de ausencia de libertades. Incluso en muchas obras que no apostaban al tema país los propios actores, comprometidos en su rol de ciudadanos, salpicaron los textos con comentarios, ironías, reclamos disfrazados de chistes y coletillas sobre el oscuro tiempo que vivimos. Los humoristas, con su poderosa herramienta de contagio, también sacudieron las entrañas del país con su corrosiva reflexión a través de sus diversos stands ups y monólogos. Los cantantes, sobre todo los que no están cuidando -con exceso de neutralidad- el latido de sus chequeras, también apostaron por entonar melodías que ponían el punto en la llaga, que clamaban por una gran reconciliación nacional a través de la tonada, la balada, el hip hop, la gaita, el ska, el pop electrónico o la música urbana. Y los periodistas, desde sus vapuleadas trincheras, desde sus vigilados micrófonos, no dejaron de nombrar lo incorrecto, de denunciar, de atizar al ciudadano indiferente y de acompañar al venezolano humillado. Hubo también libros que se publicaron en estos últimos años donde se revisó el pasado, donde se hizo el convulso diario del país, donde se fue registrando la ignominia y donde se comenzaron a ficcionar los estragos de la fallida revolución.
El arte también decidió opinar, moverse, proponer. Como siempre lo ha hecho, a lo largo de la historia, en cada país donde el oprobio intenta vulnerar las libertades humanas.
Y, en general, hay una ingente cantidad de venezolanos que echaron el resto, cada uno desde sus posibilidades, desde su oficio, para convertir la crisis nacional y su quejumbre en una avalancha de votos el 6 de diciembre y abrir un espectacular boquete de oxígeno al túnel donde estamos todos sumergidos. Son aún muchos más los que clasifican como héroes anónimos. Muchos los que no declinaron. Muchos los que se expusieron. Los que decidieron, incluso desde el exterior, pronunciarse y no convertir al país en resignación, en olvido, en más nunca. Esa es la verdadera selección Vinotinto. La que le propinó a la autoritaria revolución bolivariana la goleada más contundente de su historia. La que dio una prueba demoledora de tenacidad y cordura. La conciliatoria y animosa. La que sigue apostando por la reunificación absoluta y definitiva del país.

Leonardo Padrón

CaraotaDigital – dic 17, 2015

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