Leonardo
Padrón

Los nuevos escualidos

La semana pasada se escribió sobre el pavimento caraqueño el acta de defunción del término “escuálido” para caracterizar a la oposición. Ya no sirve. Ya no cuadra. Es un remoquete que perdió verosimilitud desde el 6 de diciembre pasado cuando la oposición se convirtió en una muchedumbre de casi 8 millones de votantes para alcanzar la mayoría tajante y definitiva en el parlamento. Los síntomas son cada vez más copiosos. Las cifras del país opositor se han vuelto enfáticas, irrebatibles. Si nos piden la presencia de apenas un 1% de nosotros, nos convertimos en derroche. Si nos piden marchar para mostrar el plural en la calle, nos volvemos río y afluentes, multitud y entusiasmo. Y si prohíben los drones para evitar tomas aéreas de la abundancia, la mismísima ciudad se torna elocuente, ancha, profusa ante tanta gente con el aliento de la democracia en su sonrisa. Se logró una aglomeración de ribetes antológicos que, incluso, iba a ser aún mayor si no hubiera sido por la tramoya de obstáculos que desplegó el gobierno. Aún así, la ambición fue superada con más de un millón de marchistas.

En cambio, del lado chavista de la historia, los adjetivos se adelgazan, las matemáticas se estrechan, todo se vuelve pudor y poquito. Apelan a fotos viejas, a maquillaje, al CLAP como señuelo, a autobuses del estado, a la misma calle de siempre, y la fiesta se les convierte en plano cerrado, disimulo, argumento chato, golpes que da la vida.

El 1 de septiembre se estrenaron sobre el asfalto de la Avenida Bolívar los nuevos escuálidos. Y aunque el rótulo con su piquete ofensivo siempre me pareció insustancial, creo que en estos tiempos donde todos los analistas anuncian el inminente fin
de un ciclo histórico y la inauguración de otra etapa de nuestra vida republicana, bien vale dejar en claro que el adjetivo trocado en sustantivo prefirió cambiar de destinatario.

Por pura decepción, sensación de fraude e instinto de supervivencia millones de personas se han quitado la camisa roja que trajeaba sus expectativas y hoy prefieren anunciar su rechazo a tamaño espejismo, o mejor aún, su debut en la nueva mayoría que urge a gritos un cambio para salir del atasco monumental de nuestros derechos más elementales a la comida, la salud y la vida.

Resulta risible, casi conmovedor, ver a los dirigentes de la revolución esgrimiendo tesis absurdas, acrobacias en el álgebra que se destruyen al primer soplido o presenciarlos contradiciéndose unos a otros ante los micrófonos que los inquieren sobre la gran marcha opositora o el vergonzoso episodio de Villa Rosa. Un viejo zorro de la política dice que fuimos solo 30 mil, la canciller se convierte en eco, diputados y concejales también. Un ministro dice que no hubo cacerolazo, otro dice que hubo pero no tanto, un dirigente asoma que Maduro se bañaba de pueblo, otro que fue tan valiente que se bajó de la camioneta para separar a los bandos en pugna. Mientras tanto, en los chats de discusión de notables chavistas se quejan en voz alta de tamaña falla en la seguridad del presidente, por qué no lo cuidaron, es como si su propia gente lo quisiera perjudicar y comentarios más hirientes y certeros.

En definitiva, ya todo es obvio. Ya la democracia recuperó la calle. Ya los cansados andamios de la revolución crujen a punto de desmoronarse. Se han convertido, gracias a la gestión de gobierno de Nicolás Maduro, en los nuevos escuálidos del paisaje político venezolano. Y es hora de que asuman su rol en la historia. El dilema del gobierno lo resumió Vladimir Villegas en una entrevista para el diario El Espectador de Colombia: «Uno de nuestros dramas en la izquierda es que creemos que llegamos al poder para estar eternamente en él».

La otra opción es conectarse con el extraño humor, casi suicida, del gobernador García Carneiro y proclamar a los cuatro vientos: “El chavismo está en su mejor momento”.

Elija usted, camarada.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – SEPTIEMBRE 08, 2016 

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