Leonardo
Padrón

Pandemia

Estas palabras las escribo bajo el efecto de una charla de la que acabo de salir con especialistas sobre el tema de la inseguridad. Confieso que estoy poco menos que estremecido. Las cifras de homicidios y secuestros son cada vez más alarmantes. Digamos mejor, pavorosas. Nicolás Maduro tiene razón, este país está en guerra, pero no económica, es una guerra brutal que ejecuta la delincuencia contra la población civil. Y lo que más indigna, enfurece y subleva es la indolencia del gobierno al respecto. Es tan sencillo como que no le interesa la vida de los venezolanos. Realmente, no le interesa. Y tampoco le interesa que nos informemos bien sobre la devastadora violencia que nos arropa. Lo que pasa es que toda sangre derramada tiene dolientes. Y bastante ha hecho la prensa independiente para averiguar e informar sobre la dimensión del fenómeno. El país entero está en alarma.

La inseguridad tiene que volver a ser un tema protagónico en la agenda de penurias que poseemos. Cuando un gobierno tiene un historial de 24 planes de seguridad implementados, de forma coyuntural e improvisada, sabe que cada nuevo plan no hace sino confirmar el fracaso del anterior.

Pero quizás lo más doloroso es la honda herida que ha sufrido el país en sus basamentos morales. Hay más gente convirtiéndose en delincuente que en maestro o en médico. Eso es una tragedia para cualquier sociedad. Los delincuentes, según confesión de muchos, viven cada día como el último de sus vidas. Matar es su forma de vivir. Sus expectativas de vida no sobrepasan los 25 años de edad. Eso los convierte en unos kamikazes de la violencia. Matan con ensañamiento, con rabia por la vida. Y eso los hace más crueles. La violencia se ha vestido de horror.

El agravamiento de la crisis económica no hace otra cosa que desarrollar la delincuencia. Así como los analistas económicos pronostican un segundo semestre del 2016 en rojo profundo, igual lo hacen los expertos en seguridad. Más hambre traerá más sangre. Ese es nuestro panorama. La orfandad es aplastante.

Muchos funcionarios se lamentan, puertas adentro, de la poca voluntad del Estado para asumir una genuina lucha contra las bandas delictivas. Más aún, el Código Orgánico Procesal Penal ha terminado siendo un aliciente para el crimen. La impunidad es la norma. Norma que los propios ciudadanos fortalecemos cuando no denunciamos los delitos sufridos. Es impresionante: por cada 10 secuestros apenas uno es denunciado. No denunciar nos termina haciendo cómplices del criminal.

Apenas en junio de este año van 500 homicidios en la Gran Caracas. Una cifra apocalíptica. Ninguna otra ciudad del planeta nos iguala. Que de las 50 ciudades más violentas del mundo 8 pertenezcan a Venezuela es una vergüenza. Y es también la certeza de que la violencia en nuestro país es una pandemia.

Insisto. El tema es neurálgico. Tal sobredosis de sangre es la principal razón del exilio más grande de venezolanos en su historia. El delincuente ha convertido a todos y cada uno de los ciudadanos en su gran botín. Cada día que pasa sin que el gobierno tome profundas medidas para enfrentar la violencia lo convierte en cómplice. Y lo sabemos. Todo cómplice es, por definición, culpable.

Leonardo Padrón

CaraotaDigital – julio 14, 2016

Lo más reciente