Leonardo
Padrón

Tres almohadas y una telaraña

(Pieza en un solo acto)

Es solo un ejercicio. Ficción pura. Fábula de miércoles en la noche.

Seamos compasivos por un instante. Pensemos en el hombre que tiene el empleo más importante del país. Pensemos en sus días malos. Que han sido muchos. Pensemos también en una escena típica de un matrimonio. Es el final del día. Hay cansancio acumulado. Es la hora del reposo. El momento en que toda pareja comparte el saldo de un miércoles cualquiera.
-Definitivamente, le agarraste el gusto a la habladera. Ese acto de hoy estuvo larguísimo. ¡Ahh, no aguanto los pies! – le confiesa su esposa desde el vestier, quitándose los zapatos y las ataduras del día.
-Como mi padre- dice él, ahíto de orgullo. Ella pone los ojos en blanco. Entra al baño.
-Huele a agua estancada- enfatiza su mujer, devolviéndose imprevistamente.
-¿Dónde?
-En todas partes. Adonde te asomes. En las esquinas, en las casas. Lejos y cerca. El país entero huele a eso- y busca unas toallas desmaquillantes.
Él sospecha un mensaje, casi un reclamo. Pero es tan tarde. Prefiere evitar alguna profundidad a deshora. Es el momento de revisar las redes, de juguetear con el zapping, de verse a sí mismo en televisión.
– El rencor huele así- insiste ella, emergiendo hacia la media luz. Volviéndose sombra. Silueta.
El, nada. Cambia de canal. Ya una parte de su cerebro dormita.
– A ti el rencor te ha marcado la vida. Y ahora es al contrario. Todo lo que nos rodea se ha llenado de rencor. Y esa palabra queda muy cerca del odio.
– Esa es la guerra económica, mujer. Propaganda. Manipulación- se despereza un poco, mientras agrega una tercera almohada y la acuña debajo de su cabeza.
-Umjú.
– ¿Qué quiso decir ese umjú?
– Qué estamos fastidiosos con el cuentico ese. Ya nadie se lo cree.
– Yo sí me lo creo. Y Jorge. Y Elías. Tú sabes cómo es el capitalismo. Esa gente es mala.
Ella, con cierto hartazgo, se unta una crema hidratante. Ve la hora. Busca una caja de pastillas. La revisa. Una pequeña preocupación le detiene el gesto.
– Se me están acabando las pastillas para la tensión.
– Mañana te mando a comprar.
– Desireé me dijo que ya no se consiguen.
-¿Pero esas? ¿Las que tú tomas?
– Y las que no tomo tampoco.
El ríe. Es una risa ampulosa que se va deshilachando hasta convertirse en un silencio culpable.
– Yo te las traigo de La Habana. Qué vaina con esa gente. Mañana meto preso a algún otro chivo de la federación farmacéutica.
– ¿Vas a seguir?
– ¿Y qué quieres que haga, pues?
Se hace un silencio sumamente conyugal. Más que un silencio, es un aire de hastío. Como si el aire fuera un elefante cansado.
-Oye, y la gente está brava con lo de la reducción del horario de los centros comerciales. Dígame los teatreros. Y los que les gusta ir al cine- añade como para no dejar en sus tres almohadas tantos agobios.
– Tú no digas nada. Hazte el loco. Ese no es un tema para ti.
– ¿Cómo que no?
– Chico, es que a ti te gusta hablar de todo. De lo que sea. Tú tienes que escoger temas presidenciales.
– Bueno, mi papá hacia lo mismo.
Ella pone los ojos en blanco de nuevo. Se quita los lentes. Parece otra persona.
– Tampoco compares. Que no te conviene.
– Pero bueno, mi amor, ¿y entonces?
– Y entonces te haces el loco. ¿Quién le manda a Jessie a estar hablando de cien días como si fuera Dios creando el mundo?
– Más arrecho es papá que se puso a decir una vez (LO IMITA): “¡Pónganme el precio del petróleo a cero y Venezuela no entra en crisis, compadre!”….¡Qué bolas! Por ahí andan los pelucones colgando el vídeo en la red y burlándose.
– En eso sí te pareces al que tú llamas “papá”. Les encanta dárselas de sobrado.
Nueva risa del esposo. La boca se le descuelga un poco del lado izquierdo. Es como un rictus ya recurrente.
– Por cierto, ¿qué es de la vida de Jessie, cómo le estará yendo en Austria?- agrega, buscando el control remoto del televisor entre los pliegues de la sabana. No lo consigue.
– Y pregúntate también qué es de la vida de Izarrita en Alemania. Y de Isaías en Roma. Y de Rafael en New York. Y hasta de Rosinés en La Sorbona de París.
– Ahora no me vas a decir que te quieres ir del país.
– Ay, no me hagas abrir la boca. Y, en serio, olvídate de los teatreros. Ese es el 0,00001 % de la población. Ignóralos. La cultura no da ni rating ni votos. Y el que quiera ver películas, pues que se compre su quemadito, eso sí se consigue en todos lados y sin hacer colas.
– Por cierto, ¿vemos una peliculita?-, avanza un gesto, una carantoña palaciega.
– Pero no vayas a poner otra del Hombre de Araña. ¡Qué fastidio! Ya para telaraña el enredo que tienes en el trabajo- se deja caer pesadamente en la cama, con el dedo índice desaparece el resto de crema hidratante de su rostro. Se pone de nuevo los lentes. Vuelve a ser ella.
– Tengo ganas de hacer otra cadena- aventura él, mientras coloca el bluray.
Ella voltea a verlo. Esta vez el gesto es rápido, de asombro.
– ¿En serio? ¿Chico, y no podemos hacer una noche algo distinto? Tú sabes cómo yo me fastidio en eso. Y sí, ya sé que «papá» también las hacía larguísimas. Pero, ¡por amor de Dios, por Sai Baba, por la Virgen de la Concepción, vamos a hacer otra cosa! Las parejas tienen que oxigenarse. No te creas, el poder también aburre.
– Bueno, el otro día nos lanzamos un paseíto por la Avenida Urdaneta. Un vacilón, ¿no? Y de viajar, bastante que hemos viajado en estos 3 años. Toca trabajar, mi amor.
– Ay, ya! pon la película, pues. Si mañana te encadenas, yo no voy. Inventas otra vez que tengo gripe. Lo que sea.
Él intenta un último tema.
– Oye, ¿no has sabido nada de…?- hace un mohín con la boca, como asomando la punta de un tema oscuro. – La familia, los muchachos, ¿cómo va la cosa allá en el norte?
Ella lo guillotina con la mirada. No responde.
– Acuérdate de las pastillas para la tensión. Y si vas para la Habana trae también café, pero no Cubita, tráeme Caracolillo. Y azúcar, toda la que puedas.
Un pensamiento cruza la mente de él. Ríe sonoramente. La carcajada ocupa todo el cuarto, desaloja al elefante del hastío.
-¿Quién va a creer que mi bachaquero de confianza se llama Raúl Castro?- y aprieta play en el control remoto.
En el televisor surge de nuevo la historia del Hombre Araña, especialista en enredarse y enredar a los demás en la telaraña que sale de sus manos. Él deja caer su cabeza sobre las tres almohadas. Ha sido otro mal día en el trabajo. Mejor distraerse un poco.

TELÓN

Pd: La obra nunca se pudo estrenar por falta de luz eléctrica.

Leonardo Padrón

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