Leonardo
Padrón

Una mujer con dignidad

Es breve en su estatura. Y humilde. Tiene porte de abuela. Una abuela estrecha, macilenta. Sinceramente delgada. Posee los surcos honestos de la vejez. No lleva cartera ni adornos. Apenas la cubre un vestido de diario. Un vestido de esos que se usan para el oficio de la casa, ir al mercado, oír radio y acumular olvidos. Un vestido donde hacen explicitas señas sus huesos. Huesos afilados que limitan con su precariedad. Es un ama de casa de Apure. Todo en su estampa transpira una vida sencilla, sin posesiones. Toda ella representa una pobreza compacta. Es una mujer en sus setenta años, que aprendió a no tener mayores ambiciones. Hoy solo pudiera aspirar a que sus tiempos finales transcurran con cierta paz. Pero nunca pensó que a su país llegaría la revolución. Y entonces, algo tan simple como comer ya no es simple. Luego de malbaratar largas horas para comprar alimentos, en sus manos tiene apenas un paquete de Harina Pan y un yogurt. De ese tamaño es su mercado. Aparte de esos dos productos, valga decirlo, ahora carga el bulto de su desolación.

La señora con porte de abuela declara frente a un micrófono lo que le ha ocurrido. Ella, como tantos venezolanos, firmó la petición para activar el referéndum revocatorio. Ella, como tantos venezolanos, está asfixiada por el humo rojo de la crisis. “Estoy pasando trabajo”, dice. Pero su simple derecho a exigir algo que está en la constitución fue castigado por el magnánimo gobierno de los pobres y el esclarecido presidente obrero. “Viejita, a usted la sacaron del programa Madres del Barrio”, le dijo la cajera. Ya no le van a dar los 9 mil bolívares que le corresponden en mayo. Ni en junio. Ni más nunca. Por eso. Porque firmó. Porque dejó por escrito una opinión. Pero no se arrepiente. Su desolación solo abrió una nueva zanja en su ánimo. Una zanja de rabia. “¿Yo les voy a dar mi resto de vida, se las voy a vender, por 9 mil Bs. mensuales? ¿Quién dijo que yo me le tengo que estar humillando a ese hombre? (Maduro)”. Un arresto de dignidad conmovedor.

La abuela de Apure no piensa vender su conciencia por una limosna cada 30 días. Venía de recibir golpes en la cola del mercado, de comprar un yogurt que no quería, de pagar lo inaceptable, de derrochar horas de la poca vida que le queda y, entonces, hoy se entera que le han mutilado sus precarios ingresos. A la pregunta del periodista sobre cuál cree que es la solución a tanto agobio nacional, responde con la nitidez de una bala: “El referéndum, para que se vaya”. Lo dijo tres veces más, como ensayando alguna inflexión que funcionara: “Que se vaya/ que se vaya/ ¡que se vaya!”. Ninguna otra idea circulaba por su mente. Y agregó algo lapidario: “No hay presidente en el país. No hay gobernadores en los estados”. Era la orfandad como certeza. “Soy una mujer enferma, tengo los huesos salidos por donde quiera, tengo problemas con la columna. Mi hombre estuvo hospitalizado tres veces y en todo ese tiempo no he tenido vida. Desde el año 94 tengo un hijo enfermo, bajo tratamiento”. Un cuadro de vida implacable. Y ahora este penar por los anaqueles de comida. Pero no quiere dádivas. No quiere mercadear con lo que siente. Prefiere ser fiel a sí misma.

Finalmente, el periodista le pregunta a la abuela con cara de abuela si tiene algún mensaje que enviar. Y ella, sin dudarlo, con la pobreza masticando sus palabras, con el desaliño de su cabello, dibujó un gesto en al aire y dijo: “Yo le quiero decir a los venezolanos que dejen la ignorancia. A ese hombre hay que sacarlo. ¿Vamos a dejarlo mandando dos años más? ¿A la vuelta de dos años va a haber gente aquí? ¿Qué van a comer?”. Y más adelante ella misma se las amañó para responder: “Mierda”.

La dignidad no necesita títulos académicos, cuentas de ahorro, ni curules parlamentarios. La dignidad solo sabe que comer mierda no es una opción. Jamás.

Leonardo Padrón

Por CaraotaDigital – may 26, 2016

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