Una razón llamada Mónica

                                                                     A  Mónica Spear

 

La noticia esperó que abriera los ojos y saltó sobre mí. Tenía un mensaje en el teléfono, acechándome desde una hora antes: “Primo, ¡qué horror lo de Mónica Spear!” Aún medio dormido, de vacaciones en el imperio, podía pensar cualquier cosa ante una frase tan ambigua. Pero ella no era persona de escándalos, así que no ensayé   especulaciones y le escribí a mi primo: “¿Qué pasó?”. Y entonces vino la frase estremecedora: “¡La mataron anoche!”. Fue un corrientazo eléctrico. Abrí el Twitter y no había prácticamente otra noticia. La red social era un estupor gigante. Me brotaron dos palabras, ahogadas de pánico: “¡Dios mío!”. Fueron apenas un susurro, pero contenían tanto asombro que despertaron a mi pareja. Cuando le conté a Mariaca que su amiga y ex-compañera de trabajo había sido asesinada atrozmente – junto con su esposo- en una carretera venezolana, el dolor se convirtió en nuestro compañero de viaje. Desde entonces, hay un crujido que no cesa.

No es difícil imaginar el terror que vivieron Mónica y Henry. La sorpresa ante la aparición de los delincuentes. La impulsiva reacción de encerrarse en el carro y agazaparse. El espanto ante la suerte que pudiera correr Maya, su hija de 5 años. Los gritos siniestros de los hampones. Los balazos salvajes. La muerte entrando con furia en el vehículo. Y Maya sola, solísima, en ese desamparo inexplicable, con sus padres durmiendo para siempre, sin beso de buenas noches, como era antes, como eran todas las noches. Antes.

La indignación no cabe en el idioma.

Mi breve estancia en Miami estuvo signada por la terrible muerte de Mónica. No pude soslayar las peticiones de entrevistas de medios como CNN en español, NTN24, o “Al Punto”, el celebrado programa de Jorge Ramos en Univisión. No era nada agradable hablar de Venezuela en términos tan desoladores. Así le pasó a muchos de los artistas y creadores que hoy viven un exilio forzoso en el estado de Florida. Fue un reencuentro de mucho afecto y duelo. En todos los abrazos estaba Mónica. Y en todos los diálogos: la inseguridad como la causa primera de tantas migraciones. Me cansé de oír anécdotas de sangre y miedo. Y esa asfixia, en la punta de las palabras, que se llama desarraigo.

Un humorista y músico que vive en Coconut Grove desde hace un año huyó del país por la sobredosis de violencia: “Lo menos que quería es que una noticia como la de Mónica me diera la razón”. Me habló de dos amigos suyos en terapia intensiva por atracos armados. Esos nunca aparecen en las estadísticas: los sobrevivientes. Me contó del día que se tomaba un café en un centro comercial caraqueño y se le acercó un viejo compañero de farra: “¿Y tú de verdad no te piensas ir del país?”. El alzó la mirada, sin comprender, y el amigo descolgó una frase inesperada: “Estoy en mitad de un secuestro”. Y siguió caminando, vigilado por un hombre y una mujer que lo conducían a un cajero electrónico, y luego, quién sabe adónde.

Las protagonistas no deben morir. Ese es un axioma de hierro que los escritores de historias de amor suelen respetar. Se trasgrede mínimas veces. Mónica Spear, en un perturbador guiño a su destino, murió en tres ocasiones en la ficción. La primera vez en una telenovela de RCTV, ese canal de televisión que también asesinaron. Las reinas tampoco mueren. Pero de nada sirven las palabras. Miss Venezuela 2004 volvió a su país para visitar su lado más luminoso. Y la oscuridad del país la exterminó. La violencia es hoy el sustantivo que nos define. Una palabra que escupe sangre. Una palabra que nos rompe el ánimo. La violencia es el verdadero paisaje del país. El fallecido presidente Chávez viajó a la ONU para descubrir el olor del azufre. Nosotros sólo tenemos que bajar el vidrio de nuestros carros. O accidentarnos en un tramo del camino. Ese es el asfalto de nuestras autopistas: el infierno.

Somos el país de la desmemoria. Solo reaccionamos ante el titular del día. Toda noticia es desplazada por otra. Estamos condenados -diría Hector Lavoe- a ser un periódico de ayer. Recuerdo el impacto nacional ante el asesinato de Yanis Chimaras el 24 de abril del 2007, el día que iba a grabar el último capítulo de Ciudad Bendita. A Pedro Lander pidiendo un minuto de aplausos en la Asamblea Nacional. Las palabras dichas. Los golpes de pecho. Recuerdo la conmoción por el secuestro y asesinato de Libero Laizzo, el manager de la banda musical Caramelos de Cianuro, en el 2012. Los músicos y artistas reunidos en distintas plazas clamando por el derecho a la vida de los venezolanos. Y cien artículos más sobre el problema de la inseguridad. Recuerdo, ese mismo año, el disparo en la cabeza que recibió el cantante OneChot y su milagrosa supervivencia. Más artículos. Más indignación. Más peticiones de políticas de seguridad al gobierno nacional. Todo se fue diluyendo con otras noticias, nuevas elecciones, más escándalos. ¿Quién dice que esta vez no va a pasar lo mismo?

Me niego a este Alzheimer que nos designa. Pido que el asesinato de Mónica no se convierta en olvido. Escribo tercamente sobre ella este domingo porque no quiero que la noticia comience a ser pasado.  Que ninguna de las muertes violentas que ocurren en nuestra tenebrosa cotidianidad sea olvidada. Ni la del bartender del Auyama Café, Luis Ánderson Jaimes, asesinado por 3 policías molestos por una cuenta excesiva; ni la de Daniela Sierralta, de 24 años, asesinada y quemada en un tiroteo entre dos bandas delictivas; ni la de Yris Margarita, asesinada en una camioneta de pasajeros en la Avenida San Martín; ni la de Orlando José Páez, mecánico asesinado con 5 balas en la Avenida Sucre; ni la del escolta de la Vicepresidencia, ni la del efectivo de Polisucre, ni una inacabable, vergonzosa, lista de venezolanos caídos bajo el mordisco letal de la violencia.

El hilo de sangre de Mónica Spear recorrió el mundo. El lunes 13 de enero, en el Nuevo País, la periodista Jurate Rosales hizo un recuento minucioso de la onda expansiva: “Lo mundial de la noticia llena siete páginas de nombres de medios que la publicaron. Llama la atención que países muy lejanos le dieron espacio: Kuwait Times en Kuwait: The Press en Nueva Zelanda; el Daily News en Filipinas; The Herald en Suráfrica; el VietNam News; Gulf News  en los Emiratos Árabes Unidos; The Post en  Zambia; The China Post  en Taiwán; The Daily Telegraph (Sydney)  en Australia; The Borneo Post  en Malasia y los únicos medios donde no encontré la noticia fueron los dos principales periódicos rusos: Izvestia y Pravda”.

Tamaña consecuencia pulverizó en segundos el fatuo intento del ministro de cinismo, perdón, de turismo, en posicionar a Venezuela como un país “Chévere” ante el planeta. El impacto mundial le debe haber quitado el sueño a Nicolás Maduro. Porque eso es lo que les importa: su incierta reputación. Solo así se entiende que tantas declaraciones de voceros oficialistas pidan que no se politicen las muertes de Mónica Spear y su esposo. Esta revolución ignora la incompetencia de sus políticas, el fracaso de sus planes de seguridad, la corrupción de sus policías. Sólo habla de responsabilidades ubicadas en el remoto pasado. Y entonces, gacetilla aprendida, salen algunos figurantes de reciente data en el elenco revolucionario a decir que la violencia en el país es culpa de los gobiernos de la 4ta. República. Uno de ellos, actor de telenovelas, llegó incluso a decir, en un programa de televisión, que el epicentro de este desastre se llama Rómulo Betancourt. Vaya, vaya. Si seguimos desenhebrando el hilo llegaremos a Isabel La Católica y el tozudo genovés que le pidió un dinerito para venir con sus tres barcos llenos de truhanes a descubrirnos en la pionera de todas las misiones: la Misión Nuevo Mundo.

Mónica Spear fue la protagonista de una novela que escribí llamada “La Mujer Perfecta”. La historia ironizaba sobre la obsesión de la mujer venezolana por la búsqueda de la eterna juventud. Decidí, entre varias tramas alegóricas, depositar la responsabilidad mayor en una protagonista cuyo rasgo principal era tener Síndrome de Asperger. Caracterizar a un personaje con esa condición implicaba una gran exigencia actoral. Era un personaje en la cuerda floja. Si no lo hacía bien, la novela naufragaría, sin duda. Micaela Gómez debía apreciarse “distinta” al resto del elenco y a la vez generar fuerte empatía con el televidente. Hablarles a los otros personajes sin verlos a los ojos. Esquivar el tacto del hombre que la enamoró. Manejar la comedia y el drama desde una levedad perenne. Descubrir el sentido figurado del idioma.  Transmitir fragilidad y franqueza a manos llenas. Ser Micaela Gómez podía hundirla o terminar de consagrar su carrera.

Nunca olvidaré el día en que Mónica Spear y yo nos reunimos a hablar del personaje. Más allá de su abrumadora belleza y su dulzura sin pausa, había en ella un nivel de compromiso total. Leyó hasta la última letra los libros que le sugerí, vio varias veces las películas indicadas y aceptó con entusiasmo reunirse con la gente de Sovenia (Sociedad Venezolana para Niños y Adultos Autistas) y compartir largamente con personas con Síndrome de Asperger. Mónica Spear lo hizo todo y más. Lo que ocurrió en pantalla fue rotundo. Conquistó al público milimétricamente. Hizo que muchos espectadores descubrieran la condición de Asperger en ellos, o en sus hijos y parientes. Logró que los comenzaran a respetar en sus sitios de trabajo o estudio. La sinceridad sin filtros de Micaela convocó a una legión de admiradores. En las elecciones parlamentarias de septiembre del 2010 la gente en las redes sociales pedía a gritos que Tibisay Lucena fuera sustituida por Micaela en el CNE. Terminó siendo Trending Topic varias veces. Incluso, la noche de su primer beso con el protagonista. Lo había logrado. Durante 120 capítulos dibujó una obra maestra. Mónica Spear se había convertido en La Mujer Perfecta.

Ahora es un cadáver. Una muerte absurda. Una estadística subrayada. Una razón para la indignación definitiva. Una causa para luchar por el derecho a la vida de los 28 millones de venezolanos que aún se atreven a transitar por el mapa de sus pesares. Ahora es un dolor. Un dolor que exige un país distinto. Un país donde quepa la vida. Eso merecemos. En nombre de todas las Mónicas que matan diariamente en este corral de balas llamado Venezuela. Es totalmente inaceptable que la verdadera protagonista en este país sea la muerte.

Leonardo Padrón