Creo que solo hay una manera de asumir en términos ciudadanos los objetivos del 1 de septiembre: La Toma de Caracas debe convertirse en el mayor evento simbólico de la democracia venezolana. Sería un error asumir ese día con las apetencias terminales del 11 de abril del 2002. Sería garrafal pensar que ese día cae el gobierno, renuncia Maduro, Tibisay fijará la fecha del revocatorio para el próximo lunes o cualquier estridencia ausente de sentido común. De igual forma, y para que el simbolismo tenga ese carácter totalizador, lo que ocurra el próximo jueves debe involucrar a todos los habitantes de este país que, hoy por hoy, se sienten maltratados en su dignidad humana, humillados, disminuidos, agredidos, hartos, inseguros y abrumados. Debe ser un evento que trascienda la comarca política, que vaya más allá de la MUD, que abarque a toda la sociedad civil, incluso, a la sociedad militar que no está de acuerdo con el autoritarismo incompetente y corrupto que gobierna al país.
Son muchas las dudas que surgieron desde la propia orilla de la oposición con el llamado de la Mesa de la Unidad a realizar el 1 de Septiembre una protesta general. Es lógico pensar que una nueva marcha o acto de masas pueda contener también la dosis de un nuevo fracaso. Nada más fácil para un gobierno represor que sacar a pasear sus tanquetas y colectivos motorizados para bloquear el derecho constitucional a la protesta. Nada más sencillo que infiltrar a alguien que lleve un arma en su koala, trajeado con una franela de Primero Justicia o una gorra de Voluntad Popular, y detone la violencia en cualquier punto de la marcha. El régimen tiene una dilatada experiencia en esas lides. Ellos mismos se ufanan diciendo que en la calle es donde son mejores. Pues, quién sabe. En todo caso, es en el poder donde son peores. Pero esa amenaza debe ser neutralizada con la participación nítida, absoluta y multitudinaria de todos los venezolanos que quieren un país de bien.
Habrá que agradecer, sí, la iniciativa y el riesgo político de los convocantes del 1S. Pero recordemos que, esencialmente, se trata de nosotros. De todos y cada uno de nosotros. Los que tanto nos quejamos de la magnitud del desastre. Por eso es responsabilidad nuestra dimensionar el gesto de los partidos políticos y transformar la convocatoria en un monumental referéndum a cielo abierto. Ese día no deben importar las zancadillas dilatorias de Tibisay Lucena, ni los graznidos de Jorge Rodríguez, ni los bufidos de Nicolás Maduro apostando a ser más malo que un dictador turco. La Toma de Caracas debe convertirse en la mayor Toma de Conciencia del atormentado venezolano del siglo XXI.
A una misma voz, las calles del país deben llenarse no solo con líderes políticos, sino también con el concurso de todos los gremios que hoy sufren los efectos mortales de la crisis. Las esquinas del mapa entero deben abarrotarse con la presencia y queja de nuestros médicos, con la decencia herida de nuestros maestros y profesores, con el reclamo de los campesinos, agricultores y ganaderos, con la voz de hartazgo de los obreros y las amas de casa, con el grito rebelde de todos los estudiantes, con el derecho a vivir de su trabajo que tienen comerciantes, panaderos, transportistas y empresarios, con el verbo en alto de los periodistas y reporteros gráficos, con el quejido de las miles y miles de familias viudas de la inseguridad, con la firmeza milenaria de nuestros indígenas y ancestros, con el grito atrapado de los presos políticos, con la nostalgia recóndita de los venezolanos en el exilio, con la proclama de serenidad y bienestar que merecen las próximas generaciones.
Ese día, el 1 de septiembre, debe convertirse en un gigantesco e inolvidable manifiesto de democracia. Debe resonar en todo el planeta. Debe llamar la atención del mundo libre. Debe hacer que giren el rostro los indiferentes, que se avergüencen los sin vergüenza, que reflexionen los dogmáticos, que calmen su furia los rabiosos, que aquieten sus manos los saqueadores. Y, en definitiva, que los hombres que hoy gobiernan Venezuela, tan ebrios de poder, tan arrogantes y todopoderosos en sus errores, tan sordos a la quejumbre de toda una sociedad, entiendan que ha llegado el momento de detener su delirio, que la historia pide a gritos cerrar un capítulo y estrenar otro. Y hay una manera, una propuesta de oro que surca la constitución nacional. Porque si no bastara el demoledor referéndum a cielo abierto, entonces que se nos pregunte a todos, uno por uno, si deseamos seguir por esta ruta de equívocos y tropiezos que nos ha convertido en miserables a los ojos de la tierra. O si preferimos estrenar una nueva oportunidad de ser venezolanos.
Permítanme repetirlo: la responsabilidad de manifestar inequívocamente el hartazgo y el repudio a un sistema político que ya agotó sus posibilidades está en cada uno de nosotros. Por eso, debemos convertir al jueves 1 de septiembre en el día de la Toma de Conciencia de toda Venezuela. Ese es el próximo gran paso para lograr la activación del Referendum Revocatorio este año. Y quizás vengan otros obstáculos, pero cada vez serán más débiles. No hay margen para el desánimo. La democracia será reconquistada. Paso a paso. Sin violencia. Sin caer en emboscadas. Sin claudicar ni un solo día. Para convertir a la dignidad en la canción feliz de los próximos años.
Leonardo Padrón