Se parece igualito

«En este libro hay una culebra», dijo el cliente, sin mayor énfasis, mientras lo colocaba en el mostrador y se iba. Un silencio rígido se forjó entre el vendedor y otro cliente que olisqueaba novedades. Ambos depositaron una mirada oblicua sobre el libro. Era un ejemplar usado, añoso, de Eduardo Crema. El librero lo abrió y encontró, efectivamente, los restos petrificados pero nítidos de una culebra, enroscada en su muerte. La verdad sea dicha, hasta ahora la historia de la literatura no ha reportado un gusto especial de los réptiles por la poesía. Falta saber cómo llegó hasta ahí. Pero así pasa con los libros viejos. Son un sumidero de sorpresas. Todo aquel que compra un libro usado en las librerías del ramo sabe que puede conseguir entre sus páginas alguna carta extraviada, estampillas remotas, rosarios agazapados, billetes descontinuados, tickets del metro, postales de un amor umbrío, facturas de tintorería, y los pétalos que dicta el cursi corazón.