Postales del cinismo

Conduzco hacia la Avenida Andrés Bello. Me pregunto cuántos venezolanos saben hoy día quién era Andrés Bello. Pienso en esta zona tórrida más cercana al bochorno que a la agricultura. Discurro, a vuelo rasante, sobre su portentosa Gramática de la Lengua Castellana y la indigente relación que hoy tenemos con nuestro idioma. Freno. Estoy en una intersección. Algo atrae mi mirada. En la esquina, una adolescente de la calle, roída de pies a cabeza, está echada sobre un puff, tan blanco como sucio. Es un mueble desahuciado. Y una niña sobre él, desgonzada. Vive la inesperada comodidad del cojín. Sus brazos cuelgan hasta el suelo. Sus nudillos pactan con la grasa del asfalto. Lo más perturbador es su mirada, colgada en ninguna parte. Es, ella entera, una foto de la nada existencial. Me toca avanzar. Pienso en el hombre nuevo que nos prometieron. Pienso en los colectivos y su amplia despensa de armas. Pienso en el remotísimo Andrés Bello.