Hola, Miami

En 1984 los venezolanos aprendieron a decir Adiós, Miami. Antonio Llerandi había realizado una película con ese título que hacía mofa del nuevo rico venezolano, desarmando en añicos la frase que los signaría: ‘“Tá barato, dame dos”. Apenas un año atrás había ocurrido el viernes negro y una generación entera tuvo que redefinir sus conceptos de consumo. La propia película fue emboscada por el control de cambio en mitad del rodaje en plena Miami y su título fue una expresión (¿nostálgica?) que terminó devolviéndose como un boomerang sediento de venganza treinta años después. Hoy los venezolanos, quiéranlo o no, aprenden a decir “Hola, Miami”. Es un saludo apurado, jadeante, expresado con temor y prisa, y que deja atrás la mayor de las posesiones: el país. Es decir, el asidero ontológico, la cobija del arraigo. Ya Florida no es el cielo del shopping. Ahora es la ruta de fuga más cercana. La salida más inmediata para escapar de la lluvia de balas y la ruina económica. Miami es la verdadera guarimba: el refugio.