Fragmentos de una montaña rusa

Saldo de dos semanas de vacaciones con mis hijos: un elefante de 2.500 kilos me aplasta contra la cama. Allí ando, bocabajo, la espalda demolida, las articulaciones crujiendo, la billetera en ruinas y una sonrisa de satisfacción que no admite ser desalojada por el tonel de oscuras noticias que signan al país.

Se supone que todo viaje recreacional entraña el descanso como primer mandamiento. Pero un viaje, no importa su naturaleza, es también esfuerzo, ahínco. Cuando sales de tu hogar, sales de ti. Hay un extrañamiento en proceso. Tu rutina queda abolida y entra en juego el vapor de lo distinto. Apenas despertarte, tu mirada entiende que debe acoplarse a otro juego de relaciones con el mundo físico. Incluso si es un espacio conocido. Ya no estás en tu siempre. Los cinco sentidos lo saben.

Vacacionar debería ser también considerado un deporte.