Postales del desencanto
Maritza lleva ya siete horas en la cola del Bicentenario. En ese lapso ha tomado café cuatro veces, ha escupido dos chicles, ha tomado malta y agua, charlado con sus vecinas de cola (muy poco simpáticas, la verdad) y chateado hasta el hartazgo con casi todos sus contactos telefónicos. Está preocupada porque la batería del celular agoniza y aún está a más de cien metros de la entrada al supermercado. Se va a quedar sin opciones para neutralizar el aburrimiento. Le duelen los pies, pero no se ha querido sentar en el suelo porque sus leggings azules son una reciente adquisición y no quiere iniciar su deterioro. Interiormente, riñe con su vanidad: querer lucir bien en una cola del Bicentenario es una coquetería estéril.