Salvoconducto

Se supone que debería comenzar esta columna con un tema neurálgico: la realidad nacional. Algo que aluda al desatino de quienes regentan el poder. Una reflexión sobre cualquiera de los escándalos habituales. Pero tengo aflicción en los dedos, que es decir en el ánimo, porque ellos – los diez, todos los dedos- son la prolongación de mi talante. El alfabeto me ayuda a entender. Pero hoy no. Hoy siento al país como una intoxicación moral y quizás toca refugiarse en la intimidad del yo.

Entonces, te propongo un salvoconducto.

Ensaya un método. Desfragmenta tus hábitos. Cambia de silla. Elimina el polvo, allí donde has sido sombra o motín. Muda la televisión para el cuarto que nunca visitas. Si el cine no es tu vicio, estás a tiempo. Habita el teatro. Sé curioso, descubre la música de los libros. Trota hacia el sol.

¿Quién dijo miedo?

¿Quién dijo miedo? El gobierno. Dijo ¡Buu! Asústate. Si no votas por mí llegará el apocalipsis, el diluvio, la sangre. Ajá. Y esto en lo que hoy chapoteamos, ¿qué es? ¿El mar de la felicidad, versión Venezuela? ¿O uno de los círculos del infierno de la Divina Comedia de Dante? El régimen, ante la estampida de sus seguidores, los amenaza con el advenimiento del caos. Vota por nuestros diputados o el destino será tenebroso.