Una mujer con dignidad

Es breve en su estatura. Y humilde. Tiene porte de abuela. Una abuela estrecha, macilenta. Sinceramente delgada. Posee los surcos honestos de la vejez. No lleva cartera ni adornos. Apenas la cubre un vestido de diario. Un vestido de esos que se usan para el oficio de la casa, ir al mercado, oír radio y acumular olvidos. Un vestido donde hacen explicitas señas sus huesos. Huesos afilados que limitan con su precariedad. Es un ama de casa de Apure. Todo en su estampa transpira una vida sencilla, sin posesiones. Toda ella representa una pobreza compacta. Es una mujer en sus setenta años, que aprendió a no tener mayores ambiciones. Hoy solo pudiera aspirar a que sus tiempos finales transcurran con cierta paz. Pero nunca pensó que a su país llegaría la revolución. Y entonces, algo tan simple como comer ya no es simple. Luego de malbaratar largas horas para comprar alimentos, en sus manos tiene apenas un paquete de Harina Pan y un yogurt. De ese tamaño es su mercado. Aparte de esos dos productos, valga decirlo, ahora carga el bulto de su desolación.