¿Dónde está el límite?

Todo parece haberse salido de control. Las historias de la vida ordinaria de los venezolanos son cada vez peores. Son extraordinarias, desoladoramente extraordinarias. Historias de hambre. Hambre en mayúsculas. Hambre en los ancianatos, en los hospitales, en los colegios. Pero sobre todo, hambre en los hogares. El reportaje del pasado domingo en El Nacional titulado “Hacer mercado en la basura” refleja un nuevo punto de inflexión en la miseria que invade al país. Ahora, para muchos, la única forma de comer es escarbando en los basurales de los mercados. No estamos hablando de indigentes. Ni de yonquis de la droga. Estamos hablando de un diseñador gráfico, de un vendedor de jugos naturales o de un ama de casa. Es gente normal. Gente a la que antes su sueldo, por más exiguo que fuese, le servía para vivir, para comer tres veces al día, para tener otras urgencias. Ahora les toca elegir, entre la basura, las hojas de lechuga sobrantes, las cebollas no tan podridas, alguna mandarina marchita y vieja.