La justicia y los lobos

Armando Cabrera jugaba dominó un sábado a las 7 pm en un club cuando un amigo lo llamó para decirle que lo habían matado. El se lo tomó a guasa: “No me manden flores, mándenme dólares” No le dio relevancia. Total, este país se especializa en falsos rumores. Al día siguiente, otro amigo lo llamó para hacerle una fe de erratas crucial: “Armando, la noticia no es que te mataron, sino que tú mataste a alguien”. En ese instante, se enteró que para buena parte del país ya calificaba como homicida. El asombro lo cubrió de pies a cabeza. Buscó a alguien que le creara una cuenta en las redes: “No uso Twitter, no uso Internet, soy un dinosaurio en ese sentido”. Pero necesitaba responderle al periodista que lanzó la noticia.
“Presunto actor mata a un transexual”, fue el titular que comenzó a replicarse en distintos portales web. El adjetivo parecía un chiste. La presunción recaía sobre su oficio, no sobre el delito. “A lo mejor ese periodista me fue a ver en alguna obra, no le gusté como actor y dijo: ¡a este coño de madre hay que meterlo preso!”, bromea Armando mientras reconstruimos su inesperado calvario.