Enfermos

“La vida en este país se parece mucho a la vida en un barco que se hunde”, escribe Coetzee en su novela La Edad de Hierro, una historia cuyo tiempo transcurre en el apartheid suráfricano. Pero es una frase que podríamos decir los venezolanos en este deshecho siglo XXI por el que, a duras penas, transcurrimos. Ya nos superan en perplejidad las historias de hambre que observamos. Cenar pan y café es un lujo para muchos hogares. El penar de las colas en busca de alimentos ha trastornado por completo la dinámica del país. La gente malbarata días enteros de su vida en filas minadas por la humillación, los insultos y el hartazgo. Días que deberían servir para ejercer la normalidad. Pero lo que durante siglos se consideró normal, se nos fue por ese albañal que es la revolución. Ya no caben más patadas en el asombro. Se siguen sumando nuevos seres humanos a la delincuencia. Las noticias que deberían paralizarnos las hojeamos con costumbre. Por ejemplo, en estos días, así como al desgaire, varias noticias se daban codazos para llamar la atención, sin mucho éxito. Una poseía un titular crispante: “Hallados dos cadáveres degollados en la pasarela Dividivi de la carretera Cúa-Charallave”.