Los libretistas de la revolución

La envidia existe en todos los ámbitos. Es parte de la naturaleza humana, tan miserable en ciertas circunstancias. Yo, por ejemplo, debo confesar mi postración, mi verde y turbia admiración, en dos platos, mi envidia ante los guionistas del régimen. Son buenos, qué duda cabe. Son inagotables. Son impúdicos. Sobre todo a la hora de agregar un nuevo giro a la trama por más rocambolesco o inverosímil que sea. Su premisa es cimentar la bondad del régimen y la villanía de los líderes de la oposición. La eterna ecuación dramática: la lucha entre el bien y el mal. Ellos -el gobierno- los buenos. Nosotros -el país democrático- los malos. Ellos -henchidos de poder, escoltas y divisas- los héroes. Nosotros -aterrados de salir a la calle, rastreando frenéticamente un kilo de arroz, emboscados por la malaria, el hambre y los malandros- los ruines personajes que estropean su esmero por hacer feliz al pueblo venezolano. Todos los días, en cada capítulo de esta nerviosa y exacerbada historia, los guionistas de la revolución aliñan la trama con vuelcos inesperados.