La huella de la resurrección

Hago memoria de todos los artículos y crónicas que he publicado en los últimos años y allí está el país, arrumbado en un largo puñado de hojas, hojas que se parecen mucho entre sí, que acumulan una fatiga enorme, que destilan la extravagancia de estos tiempos donde la normalidad ha sido encerrada en un oscuro calabozo. Mis páginas se parecen a las de tantos otros escritores y articulistas que han sentido la necesidad de inventariar la tragedia venezolana. Allí se han convocado palabras que huelen a agobio, a quejumbre, a ruido de perdigones, protesta, represión, sangre y oscuridad. Son documentos sobre el hedor del autoritarismo convertido en costumbre. Lo que veo en el espejo retrovisor de mi escritura es la monotonía del desastre. La gramática de un país que solo ha sabido fracasar en estos últimos 17 años. Los ácaros transitan por una montaña de papel aburrida de sus propias quejas, agotada de hablar de abusos presidenciales, irresponsabilidad, negligencia, corrupción, violencia, intolerancia. Los sustantivos que definen al chavismo.