Tantas víctimas

Los cuentos de la diáspora son cada vez mayores y más dolorosos. Estar unos días en Florida y mezclarse con la comunidad de inmigrantes venezolanos estruja el alma. Cada rostro es una historia brusca. Una desgarradura en ebullición. La gente tiene al país en el temblor del abrazo, en los rincones de cada frase. La nostalgia se les ha convertido en un bosque bruñido. Una oscuridad que se toca con los dedos.

La breve gira de «Se Busca un País» por Estados Unidos remueve nuestras propias aguas. Mariaca Semprún, Claudio Nazoa y yo nos conseguimos con venezolanos cada veinte metros. Literalmente. No hay exageración. La realidad ya es una hipérbole. Una trabajadora del aeropuerto de Miami nacida en Acarigua, un vendedor en Walgreens que se crió en Vista Alegre, un restaurante en Brickell donde trabajan 23 venezolanos, un dueño de un bar en la International Drive con acento maracucho. Están en todos lados. La lista es interminable. Todos cargan una cicatriz distinta pero el origen es el mismo. El adiós.