Duelo y determinación

Hoy no tengo palabras. Solo este nudo torcido en el silencio. Un silencio denso que se pasea por las imágenes de guerra que, cada día con más saña, marcan el asfalto entero del país. Estoy frente a mi computadora y no hallo en el idioma ninguna frase que me sostenga. Estoy ladeado. Triste. ¿Quién no lo está hoy? Se me caen las sílabas hacia dentro del silencio. Y me quedo así. Mudo. En estupor. En un duelo profundo. Intento escribir y no puedo porque encima de mi teclado está el cadáver del joven Miguel Castillo. Roto. Con un más nunca en el pecho. Y tapándome las vocales está el cuerpo asesinado de Armando Cañizales. Y cubriendo las consonantes, con toda su sangre, están los más de 40 asesinados en este apocalipsis firmado por Nicolás Maduro. Y entre los adjetivos solo encuentro el cuero cabelludo de Oriana Whaskier, la joven manifestante arrollada sin misericordia por un «hombre nuevo» del régimen. No encuentro palabras, insisto. Estoy ronco de dolor. Tengo afónico el discernimiento.