Insistir
Pasa cuando te enamoras de una mujer. El objetivo es clarísimo: conquistarla. Entonces intentas que se fije en ti. Te pones animoso, terco, audaz. Apelas a tus mejores recursos. Ensayas las estrategias que conoces y las que te sugieren tus amigos. Te pones intenso un día y paciente el otro. Le escribes un poema, incluso si odias la poesía. La llenas de flores y espejismos (evita los peluches). Haces flexiones de ingenio. Buscas sorprenderla. Te obsesionas. En definitiva: insistes.
Pasa cuando persigues tu vocación en la vida. A veces abres la puerta equivocada y te regresas. Y sigues abriendo puertas. Y buscas cómo instalarte, cómo cultivarla, cómo hacerte de tu vocación. No importa si es la actuación, el derecho o la carpintería. Y seguro habrá obstáculos, momentos de duda, bajones en el ánimo. Pero insistes.
Pasa cuando tienes hambre. O cuando necesitas un techo. Pasa cuando el mundo tiene cara de gol en contra. Insistes. Siempre insistes. Sí, hay los que se desesperan, claudican, se rinden. Pero, en general, el ser humano insiste. Es parte de su naturaleza.