El desastre

A veces uno quisiera permanecer en silencio. No emitir juicios. Esperar que las aguas del desánimo se calmen. Tener chance para recuperar el aliento luego del nuevo desastre que ha ocurrido en el país. Ya se han escrito, en apenas cuatro días, innumerables artículos, sesudos análisis, detallados reportajes sobre las razones que propiciaron que la dictadura de Nicolás Maduro se adjudicara dieciocho gobernaciones el domingo 15 de octubre, y apenas perdiera cinco. Todo se ha dicho y desmenuzado. Ya los defensores de la abstención armaron su fiesta con el “se los dije”. Ya algunos apologistas del voto los culpan a ellos. En fin, llueven argumentos. El más grave, notorio e incluso previsto es el del fraude. Un fraude que comenzó hace un año al Tibisay Lucena no convocar las elecciones en el lapso que lo exigía la Constitución. Un fraude cuyo mejor prueba y antecedente fue aquel momento cuando Maduro expresó que no volverían a llamar a elecciones a menos que estuvieran seguro de ganarlas. Y así, los pranes del voto tuvieron tiempo de armar su tinglado, aceitar su estrategia y diseñar la emboscada perfecta. Pero la única certidumbre es que seguimos juntos, todos muy juntos, hundiéndonos en el mismo lodo. Ese es el único punto de unidad que tenemos hoy los venezolanos. Esa es la tragedia: todos somos víctimas.