La ingenuidad revolucionaria
Ponen cara de marido cornudo. Ojos de búho a medianoche. Se agitan de pesar frente a las cámaras. “¡Traición!”, gritan en cadena nacional. “¡Decepción!”, rugen hacia la galería. Intentan simular sorpresa. Hacen planas de indignación frente a los micrófonos. Pero no hay caso. El país no les cree. Ya no existe candor posible en esta antigua tierra de gracia. Ya es demasiado el tamaño de la devastación. Hoy el país huele a podrido en todos los rincones donde hay una estampita de la revolución.
En estos días salen a flote, a través de altos voceros del gobierno, escándalos que han sido denunciados durante más de una década por notables periodistas de investigación y no pocos diputados de la oposición. Denuncias que caían en un sordo hueco negro. Denuncias que eran arrojadas en el sótano más profundo de los olvidos. Se ha hablado de guisos gigantescos, de corruptelas descomunales, de lavado de dinero y testaferros absurdos, de personeros oficiales con cuentas hinchadas de dólares y euros en remotos paraísos fiscales. Se ha hablado de Andorra, de Odebrecht y los Panamá Papers.