Cuando hacerse el loco es un delito
Venezuela ha sido una triste víctima de la incontinencia verbal de sus líderes. Los más notorios y letales han sido sus dos últimos presidentes, Chávez y Maduro. ¿Casualidad? Como bien lo ha descrito Enrique Krauze en su conocido decálogo del populismo, uno de sus predicamentos claves es apoderarse de la palabra: “hablar con su público de manera constante, atizar sus pasiones, ‘alumbrar el camino’ , todo ello sin limitaciones”.
Maduro, que ha superado con creces los defectos de su padre político, ha demostrado hasta el hartazgo que su principal, ¿o único?, trabajo es hablar. Los micrófonos son su escritorio preferido. Y ante ellos fanfarronea y miente sin un átomo de pudor, de forma compulsiva, durante horas y horas y horas y horas. Es un mitómano de profesión. Un caso clínico, sin duda. Sus kilómetros verbales no tendrán otro destino que el olvido cuando la tragedia cese. Pero aún no se vislumbra ese reloj.