¿Hay regreso?
En Madrid, como en todas las ciudades del primer mundo, existen aplicaciones que te permiten hacer mercado desde tu celular. Cada vez que he pedido algo, emboscado por la urgencia, el repartidor que me ha entregado la encomienda es un joven venezolano. Nueve de diez, para decir una cifra prudente. Nos reconocemos en el acto. Nos saludamos. Hay un encogimiento de hombros, una nostalgia velada, un saber que no ha quedado otra opción. Van en bicicleta por la ciudad, con un honroso trabajo y un mísero sueldo a cuestas. Acosados por el bochorno del verano. Otros te los topas en cualquier callejuela, repartiendo tarjetas de algún bar cercano e intentando convencerte de que te tomes una caña en el negocio de su jefe. Ganan comisión por cada cliente reclutado. De diez intentos, ninguno. Pasa cantidad de veces.