Leonardo
Padrón

Brevísima antología del disparate

Ellos que se llenan la boca de pueblo. Ellos que dicen hacer todo por el invisible, el desvalido, el rezagado por la historia. Ellos que se atiborran de grandilocuencia. Los camaradas en el poder. Los hijos de Chávez. Los siempre humildes y preocupados por el prójimo. Ellos, no solo han arruinado a uno de los países con más potencial económico del continente, no solo han hecho de la depresión el estatus general de 30 millones de personas, sino que también se han afanado en enriquecer la historia del disparate universal con encomiables aportes que pasaran a la posteridad.

Parece que se pelearan el extraño honor de ser absurdos. Que compitieran con furia. Que estudiaran horas extras en clases privadas de cinismo y reingeniería social. Son ministros, vice presidentes, gobernadores, alcaldes, directores de organismos públicos. No importa el rango. Ven la crisis, ven el país cayéndose a pedazos, ven a la gente pasando la mayor penuria posible para conseguir absolutamente cualquier cosa  que sirva para la vida cotidiana, ven un micrófono, sus neuronas carraspean y dicen la gran frase que quedará grabada en mármol en la antología del desatino.

En estos días, hay que decirlo, han estado frenéticos en su afán por ganarse la medalla de oro.

Veamos. Nicolás Maduro, el 8 de diciembre del 2015, más preclaro que nunca y abatido por la derrota electoral del 6D, pide la renuncia de su gabinete y pasa semanas enteras sin nombrar a los nuevos ministros. Uno podría haber pensado, con buena fe (vaya, que a veces es necesaria), que estaba consultando en las altas esferas, que estaba buscando a los mejores en los más calificados recintos académicos, que estaba haciendo una rigurosa selección de sus nuevos colaboradores. A fin de cuentas, tamaña crisis necesita de cerebros brillantes y desprejuiciados de ideología. Y le dimos un nuevo chance: “Vamos, Maduro, es el momento de rectificar, recoge los escombros y comienza todo de nuevo, sé sensato, sé lógico”. Y entonces aparecen los nuevos ministros, uno los quiere oír, saber cuáles van a ser las nuevas medidas, las que traerán alivio a la población y paffff!

Dice Luis Salas, el nuevo ministro de economía, ante los micrófonos de la prensa nacional, en su presentación oficial: “La inflación es el correlato económico del fascismo político.  La inflación no existe en la vida real”.  Golpe al hígado de nuestra inteligencia.

Sigamos. Se estrena un ministerio, el de la agricultura urbana, y se le ocurre a la novísima ministra, Emma Ortega – para reactivar el aparato productivo y eliminar la ruda escasez de alimentos- lanzar una máxima insuperable: “Hay que buscar cualquier espacio, un balconcito, una botella vieja, una latica vieja. Lo que tengan. (…) compramos el cebollín y aprovechamos su follaje y el bulbo lo sembramos y volvemos a tener cebollín”. Oh.

No nos habíamos recuperado del estupor cuando surge en las redes un video donde, exaltada, vehemente, revolucionaria a más no poder, la señora Ortega se monta sobre un camión y micrófono en mano grita: “Si un gringo se presenta y tenemos un palo, ¡palo hay que darle!, si tenemos un lapicero, ¡hay que puyarle los ojos, pisarle los callos y espicharle las bolas!!”. Oh, oh.

Al país entero le quedó clara la sapiencia en términos de materia económica de la singular ministra y, sobre todo, de su ecuanimidad política.

Pero, uff, qué alivio, a Emma Ortega le quitaron los palos, los lapiceros y sin llegar a cobrar la quincena entera, en un acto de ¿rectificación?, Maduro la destituye y nombra a una nueva ministra llamada Lorena Freitez, más joven, más atildada, ¿más ecuánime?. “’Vamos, Lorena, tú sí puedes!”. Le acercan los micrófonos ¿y ella qué dice ante la rampante escasez de alimentos?: “Hoy tenemos supermercados que se desabastecen muy rápidamente y las neveras y despensas de la ciudadanía llenos de comida”.  Estupor colectivo. Todos nos vemos las caras. ¿Mercados vacíos y neveras llenas? Golpe directo a la mandíbula de los consumidores.

Ajá, ya va, pero también hay una nueva ministra de salud, veamos qué tiene que decirnos sobre la severa crisis de medicinas. Los micrófonos la alcanzan, la rodean y Luisana Melo declara: “Los venezolanos somos los que consumimos en el mundo el mayor número de medicamentos per cápita. Hay escasez por el uso irracional de las medicinas”. Oh, oh, oh!

La gente se lleva las manos a la cara, los enfermos del país se quedan atónitos en las colas de las farmacias, en los hospitales, en las salas de emergencia. El asombro se convierte en avalancha.

Pero, un momento, no olvidemos el aporte de otros personeros del régimen. El diputado oficialista Ricardo Molina, muy Gandhi él, declaró: “Es injustificable que una persona compre más de 5 pares de zapatos en doce meses”. Hubiera empezado por allí, diputado, lo hubiera dicho años antes, y no estuviéramos en esta encrucijada de la historia, estuviéramos repletos de antibióticos y arroz, aunque descalzos. Por cierto, no deja de preguntarse uno cómo le consta a ese señor diputado que los venezolanos nos compramos cinco pares de zapatos al año.

Ah, ¿y por el lado de los gobernadores? No dejemos por fuera a García Carneiro, siempre tan camarada, tan ronco de la emoción, en pleno mitin al “pueblo patriótico” gritando: “¡¡Para nosotros no hay escasez, para nosotros lo que hay es amor, lo que hay es patria!!”. Ajá.

Y, bueno, el amor siempre se agradece, pero la gente también necesita proteínas, carbohidratos, fibra. Y con respecto a lo de patria, pues, la palabra está tan devaluada que este pueblo, insisto, ahorita prefiere pasta, tomate, huevos, atún, harina precocida, y después de comer podemos discutir su concepto de patria, querido general. Aunque el “para nosotros no hay escasez” quizás alude a ellos, los que ostentan el poder, quienes no deben tener escasez de casi nada, sino de escrúpulos.

“Y no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”, dijo Héctor Rodríguez, cuando era ministro de Educación, pero para que no lo olvidemos, ahora que es diputado, acaba de decir: “Antes no hicimos una economía productiva porque teníamos un pueblo analfabeta”. ¡Bravo!
Recordemos, telegráficamente, otras maravillas:

Por ejemplo, al actual vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, cuando declaró aquel prodigio sobre la escasez de papel tualé: “Bolívar no necesitó de papel sanitario para hacer lo que hizo”. Soberbio. Brutal. Casi insuperable.

Lo de José Vicente Rangel, pues, ya es un clásico: “Aquí todo está excesivamente normal”.

La preclara visión de Diosdado Cabello: “La suprema felicidad del pueblo se siente en la calle”. Y vaya que se sintió el 6 de diciembre.

Para insistir sobre el tema económico: “La culpa de la escasez es de los venezolanos por consumo excesivo”, Alejandro Fleming, cuando era ministro de comercio.

¿Y recuerdan en el año 2000, cuando el mismísimo presidente Chávez, más galáctico que nunca dijo?: “Para el año 2003 seremos autosuficientes en materia agro alimentaria”. Pues no, no ocurrió eso, Chávez Frías, sino todo lo contrario.

En fin. Dijimos que esta era una brevísima antología del disparate. No nos vamos a regodear en Jacqueline Farías diciendo lo sabroso que es hacer colas, en Andrés Izarra pensando que efectivamente los barriles de petróleo son barriles,  o en Jorge Arreaza diciendo que “para corroborar los milagros de Chávez no hace falta una comisión del Vaticano”. (Uno se pregunta si son ese tipo de declaraciones las que lo hacen seguir viviendo en La Casona). Pero no, no sigamos la lista. Concluyamos que cada cuadro de la revolución ha hecho su significativo aporte a esta gran antología del disparate universal, llevándose un país entero por el medio.

Sólo recordemos, para concluir, el 3er objetivo de aquel pomposo plan de la Patria 2013-2019, enarbolado por Chávez en el 2102 y donde, de pasadita, hablaba de salvar a la humanidad (5to Objetivo). El tercero decía:

“Convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político, dentro de la gran potencia naciente de América Latina y el Caribe, que garanticen la conformación de una zona de paz en nuestra América”.

Pero la triste y ominosa verdad es que hoy no somos potencia en economía, en lo social, en lo político, ni en nada. Hoy somos ruina, crisis y vergüenza continental. Y mejor no hablemos de “una zona de paz en nuestra América”, porque los reclusos del penal de San Antonio en Margarita nos pueden volver a demostrar cuántas balas caben en nuestra sangrienta y espantosa paz.

Leonardo Padrón

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