Leonardo
Padrón

«La caída estrepitosa que protagonizó Pablo Iglesias se convirtió en una fiesta para los venezolanos»

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Fernández Úbeda 2021-05-10

Dice Leonardo Padrón (Caracas, 1959) que observa el mundo con ojos de escritor, deteniéndose «en las complejidades de la condición humana», y que hoy anda «arrinconado en la misma esquina donde están tantos. En el desconsuelo». Licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello, profesor, guionista de exitosas telenovelas –Contra viento y marea, El país de las mujeres, Cosita rica, Amar a muerte…–, películas y documentales, poeta, entrevistador y articulista, cuenta a LD que hace, más o menos, tres años, durante el que iba a ser un viaje vacacional de diez días en Miami, recibió una llamada del gerente de su línea aérea: «Mira, el Sebin lleva tres días preguntando en qué vuelo regresas y a qué hora. No vuelvas». Desde entonces, reside «involuntariamente» en la ciudad estadounidense, con el alma estrujada, engrosando la monumental y creciente diáspora venezolana.

Le entrevistamos, Skype mediante, con motivo de la publicación de su último libro, Tiempos feroces (Kálathos Ediciones, 2021), que recopila textos escritos entre 2015 y 2018, que aspira a luchar «contra el virus de la desmemoria» y que muestra un bestiario de reflexiones y, sobre todo, de historias y de personajes que malviven en un país roto en pedazos, arrasado «por el ácido sulfúrico de la revolución».

P: Señor Padrón, permítame un par de preguntas en clave nacional española: ¿sabe quién es Pablo Iglesias?

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R: Por supuesto. Por desgracia, sé quién es Pablo Iglesias. Lo tengo clarísimo.

P: ¿Y sabe que ha abandonado, o eso dice, la primera línea de la política tras su fracaso electoral en la Comunidad de Madrid?

R: Estruendoso. Será que los venezolanos estamos escasos de buenas noticias, y no te imaginas cómo, de repente, esa caída estrepitosa, esa caída libre, que protagonizó Pablo Iglesias se convirtió en una fiesta para los venezolanos. Ha sido uno de los apologistas más furibundos del chavismo y, por supuesto, ha tratado de generar una caja de resonancia en Europa y, particularmente, en España, a propósito de las bondades, absolutamente inexistentes, del chavismo. Ha tratado de mitificar la figura de Chávez y, por supuesto, lo que ha hecho es beneficiarse del chavismo en términos pecuniarios. Hemos entendido que es una de sus habilidades mayores: sacar provecho de la política para abultar su chequera. Siempre nos ofendió, nos pareció un agravio cada vez que Pablo Iglesias elogiaba la revolución chavista. Y nos parecía inmensamente peligroso cuando alguien como él estaba, cada vez más, copando la escena política española. ¡Llegó a ocupar la vicepresidencia del país! Estábamos francamente crispados. Así que esta caída de ese ídolo con pies de barro… Le agradecemos la buena noticia ante la sequía que teníamos de buenas noticias. Es lo único que le podemos agradecer a Pablo Iglesias los venezolanos.

P: Afirma que los venezolanos han sido «arrasados por el ácido sulfúrico de la revolución». ¿Hasta qué punto no vieron venir esto o, si me permite, hasta qué punto no quisieron ver venir esto?

R: Sería bastante peligroso entrar en el territorio de las generalizaciones. Una buena cantidad de venezolanos lo advirtió. Si uno va a las cifras con las que Hugo Chávez ganó la presidencia por el voto popular, sí, obviamente, ganó en buena lid, pero ganó con una participación exigua. El fantasma de la abstención, que siempre termina siendo un factor inquietantemente decisivo en la balanza del poder, jugó su rol. También, se había sembrado, durante largos años, una suerte de estigmatización de los partidos políticos en Venezuela. Tuvimos 40 años de democracia, referente en Latinoamérica, con alternabilidad democrática: se elegía un presidente y si, a los dos años, te dabas cuenta de que era un mediocre más, un corrupto más, sabías que, tres años después, lo podías sacar del poder con la herramienta del voto, que es la más poderosa de una democracia. Entonces, esa alternabilidad nos permitía cambiar el rostro a los corruptos. Pasó que, por supuesto, Venezuela es un país que ha tenido un exceso de dinero que no ha sabido manejar nadie. No sólo a través del petróleo: es un país con unos recursos minerales impresionantes. Los corruptos envilecieron con tanto dinero y comenzaron a usurpar un dinero que era de todos los venezolanos. Entonces, terminó convirtiéndose en un lugar común que estábamos siendo gobernados por una partida de corruptos. En todo caso, había una vida normal. Ni siquiera la política era un tema para los venezolanos. Los venezolanos, dentro de ese marco de democracia, abríamos el grifo del agua y salía agua. Tú pasabas el interruptor y se encendía la luz, abrías la nevera y había comida, ibas a los supermercados y había una gran variedad de alimentos. Tu sueldo te alcanzaba para comprar una casa, un carro, irte de vacaciones… Incluso, en las zonas populares: la gente ejercía la vida bajo el prisma de la normalidad. Entonces, se empezó a satanizar a los partidos políticos, se incubó el virus de la antipolítica, y ese fue el caldo de cultivo perfecto para que un populista y golpista como Hugo Chávez terminara conquistando el poder. Chávez, no hay que negarlo, era un encantador de serpientes: manejaba el verbo con una habilidad envidiable. Y supo encarnar el discurso de los desposeídos, el clásico discurso populista que suele encandilar a la gente que está desprevenida ante estos ilusionistas. Y hubo mucha gente que advirtió que elegir a alguien como Hugo Chávez era una suerte de suicidio colectivo, pero sí, se impulsó la mayoría, una mayoría sesgada, como te digo, y compramos el ticket de la pesadilla.

P: Usted me atiende desde Miami. ¿Reside ahí?

R: Resido aquí involuntariamente. Yo viajé aquí por diez días y llevo ya tres años casi. Cuando iba a regresar, tuve una llamada de advertencia del gerente de la línea aérea, que me dijo: «Mira, el Sebin lleva tres días preguntando en qué vuelo regresas y a qué hora. No vuelvas». Fue una llamada que decidió el resto de mi vida. Efectivamente, yo, que estaba aquí con mi esposa, le dije: «Bueno, creo que tenemos que quedarnos». En ese momento había, como ha habido siempre, un acoso muy fuerte a comunicadores, escritores, a gente que tenemos cierta influencia en nuestro ámbito y hemos sido bastante tercos en denunciar todos los atropellos. Todos, de alguna manera, hemos pagado la factura: algunos con la cárcel, otros con la anulación del pasaporte, que hace que te quedes encerrado en tu propio país sin la posibilidad de viajar, otros terminan expulsados del medio en el que trabajan… Son distintas modalidades con las que te cobran la disidencia.

P: En uno de los artículos recogidos en Tiempos feroces, escribe: «Estar unos días en Florida y mezclarse con la diáspora estruja el alma. Cada rostro es una historia brusca». Usted, ahora, forma parte de esa «historia brusca».

R: Así es. Nunca imaginé que iba a integrar esa línea que escribí. Ningún venezolano quiere salir de su país. Nadie quiere salir de su país: los sirios, los mexicanos, los centroamericanos… pero, a veces, el país te expulsa por la gente que gerencia la política del país. Para mí, fue tan imprevisto que me generó un estupor que se convirtió en mudez. Ojo: se supone que yo podía escribir con más libertad y, de alguna manera, ponerme un poco más bilioso en respuesta al agravio. Pero no podía entender cómo estaba del otro lado del muro sin haber tenido la posibilidad de despedirme de mis hijos, ¡sin haber tenido la posibilidad de apagar la computadora! Siempre recuerdo eso: dejé la computadora prendida. Era un viaje demasiado breve y, cada vez que la apagaba, por las carencias del sistema eléctrico del país, cuando la prendía ya no tenía internet, tenía que llamar a un técnico, tenía que pagar un dinero extra para que lo conectara… era todo un contratiempo. Dejé una biblioteca de 5.000 libros allá… dejé todo: me vine con dos blue jeans y cuatro camisas. Imagínate. Comencé a reconstruir mi vida, la escenografía de mi oficio: otra biblioteca, otra computadora… El paisaje que veía por la ventana no era el de Caracas, sino el de otra ciudad. Entonces, me generó una conmoción interior que se tradujo en un silencio en las palabras. Es decir, seguí trabajando, por razones obvias de subsistencia, escribiendo guiones de televisión, pero ahí estaba lidiando con la ficción. Era otra forma de relacionarme con las palabras. Pero yo era columnista semanal de El Nacional, escribía en otros portales digitales, tratando de hacer el inventario de la pesadilla del chavismo, y cuando la pesadilla terminó por arrollarme, me costó mucho reestablecerme sobre mi propio equilibrio. El exilio es una palabra llena de piedras. Entonces, ¡qué difícil es masticar piedras!

P: ¿Cuánta muerte cabe dentro de Venezuela?

R: Es una pregunta que, solamente al enunciarla, genera una crispación absoluta. Parece que cabe mucha. La devastación ha ido in crescendo. Venezuela sigue siendo pasto de todas las calamidades que engendra un régimen dictatorial. Sí, la calle se apagó. Cuando digo «la calle se apagó», hablo de las revueltas sociales, que fueron furibundas. Los venezolanos, durante muchas oleadas, nos fuimos a las calles a pelear por el regreso a la democracia, a la libertad, y la represión fue durísima. La cantidad de jóvenes estudiantes muertos, la cantidad de desaparecidos, de gente torturada, fue desastrosa. Las historias mínimas son terribles: uno tiene que hacer el ejercicio de irse detrás de las estadísticas y aterrizar en los nombres propios. No es lo mismo decir «hay 500 presos políticos» que contar la historia de cada preso político. Y ahí es donde te das cuenta de la magnitud del daño. Además, del daño emocional: la cantidad de venezolanos que hemos sido separados entre sí, las familias, los amigos… Es un inventario de pérdidas constante. Y si bien la calle se apagó, ahorita, quien gobierna en Venezuela es la miseria. Hay un estado de pobreza generalizado. El sueldo mínimo de un trabajador básico es un dólar al mes. Como comprenderás, suena como una hipérbole, como una exageración inadmisible, pero es así. Obviamente, la calle se apaga no sólo por una cantidad de decepciones que hemos tenido a propósito de los muchos actos fallidos del liderazgo opositor, sino ya porque el venezolano que está dentro del país está en el instinto de supervivencia: le interesa, primero, resolver lo que debe llevarse a la boca, para después tratar de pensar sobre su libertad. Primero tienes que alimentarte a ti y a tus hijos. ¿En qué se traduce eso? En que la gente no sale a la calle para pelear contra el régimen: la gente sale a la calle para abandonar el país.

P: Se hace eco de una entrevista de Lluís Amiguet en La Vanguardia a la disidente norcoreana Hyeonseo Lee. Le dice ésta al periodista: «Lo más humillante para mí es que, para sobrevivir, tienes que hacerte el idiota». ¿Ocurre eso también en Venezuela?

R: Hay muchísima gente que ha tenido que claudicar también por instinto de supervivencia, muchas empresas, medios de comunicación… Mucha gente con una esfera de influencia importante terminó callándose, omitiendo su opinión. Todos sabemos que el silencio puede ser una forma de complicidad. Estamos hablando de un país donde, para que te hagas una idea, en el año 2013 había 130 medios impresos, y ahorita sobreviven solamente 20. 110 medios impresos desaparecieron, fueron prohibidos, fueron expropiados, comprados para, por supuesto, cambiarle la línea editorial. También pasó con las emisoras de radio, canales de televisión, portales digitales… Todo para generar una especie de desierto informativo y atenuar a las voces de protesta. Efectivamente, ante esa voracidad del régimen a la hora de callar a sus adversarios, unos lo enfrentan y desembocan en la ruina de su empresa y en la ruina personal, y otros terminan plegándose a una convivencia con el régimen que, sin duda alguna, es entendible porque todo ser humano tiende al instinto de supervivencia.

P: ¿Y la comunidad internacional? ¿Hasta qué punto las instituciones supranacionales se están haciendo las idiotas con su país?

R: Si algún hallazgo o algún triunfo ha obtenido el liderazgo democrático venezolano ha sido lograr que más de 60 países hayan condenado a Nicolás Maduro y lo reconozcan como usurpador del poder, como un gobernante ilegítimo, y, en cambio, reconocen como presidente interino a Juan Guaidó. Lo que pasa es que la diplomacia tiene procesos de cocción demasiado lentos a la hora de incidir en las realidades de los países. Son muchos los eventos que ocurren en distintos lugares del mundo en los que hay genocidios, hambrunas, masacres, atropellos de la libertad de expresión. Los organismos internacionales se pronuncian y condenan, pero todo termina siendo una suerte de peripecia verbal que no termina concretándose en un cambio. Sí, se ha generado una serie de sanciones económicas al régimen que, sin duda alguna, los ha golpeado un poco, pero eso no termina transformándose, por lo menos, hasta ahora, en un cambio efectivo. Que la ONU, la OEA, la Unión Europea o EEUU se pronuncien de una forma condenatoria contra el régimen de Nicolás Maduro no cambia la vida al venezolano de a pie, no termina siendo un agente transformador. A ver, Jesús: lo que está pasando en Venezuela es inmensamente complejo. Aquí no estamos hablando ni siquiera de política, sino de una organización criminal que está sustentada en estructuras que van más allá de los asientos ideológicos.

P: ¿Entre ellos, el narcotráfico?

R: Entre ellos, el narcotráfico, por supuesto. Vemos ahorita con pavor cómo se está fragmentando el país. Hay pequeños focos de guerra real en la frontera entre Venezuela y Colombia. Hay facciones disidentes de las FARC peleando contra las Fuerzas Armadas nacionales que, a su vez, están protegiendo a otros factores de las FARC. Cuando vas a la trastienda de esas noticias, de esas balas y de esos muertos, lo que hay, realmente, es una disputa territorial por las rutas del narcotráfico, por el dominio de minas, por el dominio de muchas riquezas que interesan a esos factores criminales. Entonces, en Venezuela gobierna una organización criminal que está, además, avalada, aupada y aplaudida por Cuba, por Irán, por China, por Rusia…

P: Por Steven Seagal…

R: (Risas) Es realmente payasesca la imagen de Maduro jugando con la espada samurái. Es ofensivo. Cuando hay tanta precariedad, ver a Maduro en su clásico circo… El régimen siempre le ha hecho guiños a ciertas celebridades del mundo del celuloide. Chávez invitaba a Danny Glover, a Tim Robbins, a Kevin Spacey… hemos presenciado escenas muy patéticas. Desde lejos, a la izquierda romántica, especialmente, a la europea, le pareció fascinante lo que estaba pasando en Venezuela. Suponían que era la reedición de la revolución cubana que, en los 60, encandiló a buena parte de los intelectuales del planeta. También la izquierda norteamericana se subyugó ante el fenómeno del chavismo, y hacían «turismo revolucionario» y Chávez los paseaba. Se dice: «Tú barres por donde va a pasar el Papa». Entonces, Chávez les ponía alfombra roja a esos personajes para enseñar sus bondades. Lo que está pasando con esta suerte de pulso entre Venezuela y países democráticos/organizaciones internacionales se ha complejizado profundamente. La dictadura de Maduro no es huérfana, está muy bien escoltada.

P: ¿En qué punto se encuentra la oposición? Usted le reprocha que «su reloj no tenga la misma urgencia que la del ciudadano común» y le pide que active «el YA». Ese «YA», ¿cuán lejos queda?

R: Ese «YA» tuvo flujos y reflujos. En este momento, siendo absolutamente honesto, está un poco lejos. Hemos tenido oportunidades preciosas y las hemos dilapidado de una manera estruendosa. En muchos casos, por personalismos, por egos febriles, por batallas intestinas de los propios líderes de la oposición, que terminan priorizando sus apetencias individuales sobre las necesidades del colectivo. Sigue siendo urgente, perentorio, que la oposición establezca una nueva forma de agruparse. Pero bueno, ya están pasando cosas que apuntan a que estas divisiones van a ser cada vez mayores. Ahorita, acaban de designarse unas nuevas autoridades del Consejo Nacional Electoral, que, se supone, debería ser uno de los primeros pasos para el camino hacia un proceso electoral legítimo, y esto nace torcido, lisiado, bajo estado de sospecha, porque, primero, esa designación la está haciendo una Asamblea Nacional que es ilegítima. Entonces, ¿un organismo ilegítimo puede configurar un ente comicial legítimo? Es una paradoja que termina en una calle ciega. Y luego, ojo, allí eligieron a dos opositores que son gente de reputación democrática incuestionable, pero van a ser víctimas, una vez más, de la clásica estrategia del chavismo. Uno de los principales pecados del movimiento opositor ha sido la candidez, la ingenuidad. El no entender el calibre moral del enemigo. El enemigo no tiene escrúpulos y no tiene estructura moral. Entonces, es capaz de volar las reglas del juego a los cinco minutos de establecerlas.

P: ¿Sigue siendo, pese a todo, un optimista crónico?

R: Tengo el optimismo golpeado, abollado, con varias cicatrices, pero sigo siéndolo. El día que me baje de esa palabra… Ya tuve una primera muerte espiritual al tener que abandonar el país. Creo que si me exilio del optimismo, sería la lápida definitiva de la esperanza. Y la esperanza es una palabra que inventó el hombre para que no se le agoten las municiones a la hora de las adversidades.

P: Para finalizar, ¿cree que los venezolanos regresarán a la vida, a hablar «de la película que vio en la víspera, de la ropa que compró en un centro comercial, de la playa que visitó el fin de semana»?

R: Creo que sí. Lo que no puedo pronosticar, ni nadie puede pronosticar, es cuán cerca o cuán lejos estamos de esa normalidad. Pero creo, sin duda, que va a pasar. Nosotros tenemos que estar activados para que no ocurra lo que ocurrió en Cuba. Es decir, en Cuba ya hay 61 largos años de dictadura. Venezuela está calcando de una manera tan literal el modelo cubano que lo que nosotros tenemos que evitar es que el destino nuestro sea el mismo que el del pueblo cubano. Por eso publico libros como este: parte de la resistencia ciudadana es no quedarnos en silencio, seguir levantando la voz. Los pueblos, a veces, caen muy fácil en el pantano de la amnesia y se empieza a olvidar una cantidad de episodios que no se puede olvidar y que la dictadura quiere que olvidemos.

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Fernández Úbeda 2021-05-10

 

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