Leonardo
Padrón

Leonardo Padrón: El país es inviable, se está cayendo a pedazos

En Se busca un país, está la radiografía de una Venezuela que se tambalea durante los dos primeros años de gobierno de Nicolás Maduro. 44 crónicas sobre los protagonistas de un doloroso acertijo

Por: Carlos Flores

25 May 2015

Leonardo Padrón dejó de ser un escritor de telenovelas, a secas. O un poeta. Hoy es un verdadero multitasking. Y este encuentro se realiza, precisamente, en medio de una de las nuevas ocupaciones de Padrón, como ¿maestro de ceremonias? De un espectáculo llamado El Club de los Porfiados donde, cual mosquetero esgrimiendo el filo de un trago de escocés, acompaña a su compadre César Miguel Rondón, en la memorable épica que reconoce la capacidad de aguante, resistencia y persistencia del venezolano, bajo los escenarios más adversos que puedan surgir a la aciaga confidencia de un bar. Y con un soundtrack –en vivo y directo- memorable y digno de tenerlo quemadito en un CD dentro de una caja que advierta: solo en caso extremos. Y donde las voces de Rolando Padilla y del propio gobierno de Padrón, Mariaca Semprún, arman un guateque impresionante en el que, casi dos horas, uno recuerda lo sabroso que es ser venezolano, ¡en las buenas y las malas, carajo!

Y es el mismo Leonardo Padrón que ha presentado un nuevo libro, Se busca un país, editado por Planeta, que recopila dos años de crónicas publicadas en el diario El Nacional. Es un recorrido áspero por una nación herida; una Polaroid del drama… pero no drama en minúscula sino en letras gigantes y fluorescentes… el drama que respiran los venezolanos… el drama que desayunan, almuerzan y cenan (cuando hay tres papas)… es el drama de los que están y los que se fueron y de un escritor que necesita encontrar respuestas ante preguntas básicas, pero infinitamente difíciles de digerir, como por ejemplo: ¿Dónde está mi país?

-¿Cómo arrancas la escritura de estas crónicas?

-De alguna manera yo asumo la crónica como una disciplina recurrente desde hace más o menos unos 4 años. Hace mucho tiempo escribí crónicas pero muy espaciadas, sobre todo de viajes. De hecho, mi primer libro de crónicas, Kilómetro Cero, en rigor es un compilado de crónicas de viajes. Obviamente está también el país que, a pesar de ser un viaje un poco más amargo, es un viaje. Estar en él es un viaje vertiginoso e impredecible. Entonces El Nacionalse me acerca y me propone escribir una columna para los domingos. Yo les dije que me parecía que ya tenían suficientes columnistas de opinión y quería proponerles algo distinto: escribir crónicas. Que además me parece un género ideal para tratar de explorar con la mayor asertividad y minucia posible la complejidad de la realidad venezolana, por todo lo que contiene la crónica en sí; un tanto de narrativa, un tanto de poesía, de análisis… vuelas libre, a tus anchas. Así que me dieron una página y ya tengo unos tres años escribiendo cada 15 días la página Todo en prosa. Y este segundo libro de crónicas tiene 44 miradas sobre el país y ocurre que, justamente, abarca los dos años de gobierno de Maduro.

-¡Qué bien!, entonces es una lectura bastante light…

-Sí, fresca jajaja, donde no pasa nada.

-¿Cuánta terapia hay en escribir cada crónica?

-Mucha, la maravilla del “traje” que es la crónica es que me ha permitido hacer una terapia intensiva sobre la cantidad de cosas que estoy viendo en el país. Con el tema de las charlas que estoy dando, los conversatorios o los espectáculos, estoy viajando por todo el país…

-O sea que te estás borrando la imagen de que Venezuela es solo Caracas y lo demás es…

-Sí, hace rato. Y te das cuenta que a medida que te alejas de Caracas el país es más precario. La asfixia es más intensa. Y comienzas a vivir en carne propia las tribulaciones de cada región; lo que significa viajar por avión o carretera; ves la verdad de la escasez, que en la provincia tiene unos niveles mucho más altos que en Caracas.

-Los caraqueños no conocen el drama que se vive en el interior con la electricidad….

-Así es, es impresionante. Y ves ese correlato que hay entre las declaraciones del antiguo ministro de turismo, Izarra, uno de los personeros públicos más cínicos que han pasado por el gobierno, donde hablaba de un país maravilloso y hasta inventó un personaje llamado “Cheverito”, pero detrás vienen los atracos, desfalcos y tribulaciones de la gente que hace turismo en el país. Creo que mis distintos oficios se están retroalimentando entre sí. Y eso me está ayudando con las crónicas. No son crónicas de viajes… pero en el fondo lo son. Incluso está el cuento de la diáspora, porque me ha tocado viajar a Estados Unidos, lo cual es estrellarte en el acto con la nostalgia del venezolano que está en el exilio, sentirte acosado por sus cuentos, por su angustia, por la claustrofobia del exilio… porque has sido arrancando de tu país…

-Pero al mismo tiempo, sigues conectado a ese país, a sus problemas…

-Exacto, entonces estás encerrado en la angustia de la distancia. También está el relato de los estudiantes; de los familiares de los que están en La Tumba del SEBIN. Hay una crónica titulada “Yo era un hígado”, una dama tachirense a quien le golpearon tanto la cara que parecía un hígado. Es una travesía por la penuria colectiva y la penuria personal del venezolano del siglo XXI.

-Para una persona de tu edad, ¿cómo afrontas el día a día, donde se respira no aquella crisis de los 80, sino la realidad un país que se desmorona?

-Confieso que uno trata de soslayar su propia depresión. Pero obviamente, cuando te confrontas contigo mismo, frente al espejo, con tu familia, con tu trabajo, que ha sido lesionado por el régimen… porque soy un hombre de televisión y mis historias no han vuelto a salir al aire desde el 2011. Yo siento que hay un veto no oficializado con respecto a mi trabajo televisivo. Y eso por supuesto me genera una depresión obvia. Pero soy un optimista crónico y creo que la mejor manera de no hundirte en la depresión es estar en la batalla. Estar activado en el reclamo, en la voz que dice, que opina. Porque creo que si me enclaustro en un silencio de sumisión definitivamente gana la batalla la depresión. A mí me invitan a una cantidad de foros, como para que levante el ánimo de los estudiantes. Entonces piensas: ¿y quién me lo levanta a mí? Es una fragua interior muy fuerte. A veces me asomo a los artículos de Cabrujas y te das cuenta que siempre se hablaba de la corrupción, de la crisis, pero había una cosa costumbrista en ese país; Cabrujas se metía con Luis Herrrera o con Óscar Yánez… pero la distancia con ese país es abismal. Porque aquí es como si hubieras entrado a una película de Tarantino; exceso de sangre, de violencia.

-Todo es vulgar, in your face… empezando por la corrupción.

-Sí, y con una ironía contundente: Chávez llegó al poder ondeando la bandera de la anticorrupción. Satanizando adecos y copeyanos, que ciertamente robaron, pero no arruinaron al país. Venezuela seguía siendo viable. Ahora no. Este país es inviable, se está cayendo a pedazos. Y ellos son multimillonarios. Ya es muy evidente: las grandes posesiones, las lluvias de escándalos de corrupción de los últimos días. Cuando estás en este viaje por la Venezuela profunda, te consigues en las conversaciones de sobremesa, al borde de un whisky, con unos cuentos que todavía no han salido a la luz pública, que terminan agravando todo porque son cuentos de primera mano. Venezuela se ha convertido en una fábrica de escándalos.

-Y es un país donde el hampa ya no le teme a nada…

-El hampa se enseñorió. Cuando los escuchas con declaraciones de establecer alguna zona de paz, ahí mismo lanzan una granada. Y ves que Maduro se dirige a los malandros con una amabilidad sospechosa, que uno dice: ojalá tratara a la oposición con la mitad de esa amabilidad. Cuando les decía: hermanos, vengan acá, entreguen las armas que les regalamos unas computadoras… Hay una inmensa nube de sordidez en el país.

-¿Y cómo carrizo eres optimista?

-Porque si no, claudico. Yo seguiré siendo optimista hasta que mi propia realidad me tumbe, me desplome. Hasta ahora sigo creando, publicando libros, recorriendo el país con trabajados bastante dignos. Y uno de ellos, el Club de los Porfiados, que hago con César Miguel Rondón, es como un alegato: ¿le voy a dejar el país a los malandros? ¡No, esa no es la opción! Hay que apostar el gol de último minuto.

-Ojalá el portero no tape ese gol.

Carlos Flores / @CarlosFloresX:
Director Editorial de Newsweek en Español Venezuela

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