Ya se agotan las palabras para narrar el espanto. Los adjetivos jadean de cansancio. El idioma bufa de impotencia ante el hilo de sordidez que recorre el país. Lo ocurrido este 5 de julio en Venezuela, fecha que encarna 206 años de independencia, fue tan grave que el mundo entero reaccionó con indignación y sobresalto. Nunca había visto una reacción tan llena de presteza y estupor. La comunidad internacional quedó boquiabierta. Las imágenes escupían una verdad que millones de venezolanos hemos insistido en denunciar: estamos bajo el asedio de un régimen de extrema violencia. Ya no existe disimulo ni pudor alguno. Los cabilleros de la revolución han pateado la democracia una vez más. Públicamente. Frente a los ojos del planeta. Haciéndola sangrar en la piel de los diputados electos masivamente por el pueblo. Ya nada calza en una estructura lógica de pensamiento. El grito de los bárbaros anunció una vez más una triste certidumbre: nos gobierna el horror.
El saldo fue penoso, vergonzoso en extremo. Cinco diputados heridos, periodistas secuestrados y robados y personal diplomático acorralado por una horda de malandros a sueldo cuyos únicos argumentos de debate eran la cabilla, la patada, la piedra, el puño y la bala. Todo un alarde de civilización. Obviamente obedecían órdenes. Ya a primeras horas de la mañana, el Vicepresidente -desde el propio Salón Elíptico de la Asamblea Nacional- había convocado a la toma de la AN por “el pueblo de a pie”. Ya la orden era oficial. Quizás uno o dos días atrás se había diseñado el asalto. No sabemos si en el mismísimo despacho presidencial o en alguna de las turbias oficinas de la dictadura. Lo que resulta casi risible en su cinismo es ver después a Nicolás Maduro, así, al desgaire, de pasadita, condenar la violencia de lo ocurrido en el hemiciclo parlamentario. Maduro habló de unos “hechos extraños” y uno advierte que comienza a mentir porque ya no es extraño que sus cabilleros asalten la Asamblea Nacional. Lo que siempre resulta “extraño” es ver (sí, se ve, hay decenas de videos que lo muestran) cómo la propia Guardia Nacional les abre a los vociferantes las puertas de un recinto que están obligados a proteger. Maduro vocifera “nunca seré cómplice de un hecho de violencia” y uno lo único que hace es recordar cómo una semana atrás gritó, sin recato y estentóreamente: “lo que no consigamos con los votos, lo conseguiremos con las armas”. Nada menos. Nada más. Maduro redacta en su discurso oral “que se investigue y se diga la verdad”, y uno sabe que sigue mintiendo porque nunca después de frases similares ha habido sanción alguna, ningún detenido. Maduro dice en cadena nacional, vestido de pompa y desfile, que condena la violencia y uno adivina el guiño en el ojo, el codazo cómplice, la sonrisa de soslayo entre sus pares. Maduro dice que condena y uno sabe que aplaude . Dice que investigará y uno sabe que felicitará. Maduro habla y uno sabe que calla. Maduro hace de presidente y uno entiende que es un dictador.
Lo visto en los videos ya lo hemos contemplado demasiadas veces. La jauría sedienta de sangre, con los brazos como aspas asesinas, enarbolando más cabillas que banderas, más odio que razones, para atacar a gente elegida por la gente. La dictadura golpeando a la democracia. Así de grave.
Y mientras el Parlamento Europeo en pleno, y el Departamento de Estado de EEUU, y Mercosur entero, y Colombia, México, Perú, Panamá, Chile, y España, y el Reino Unido, y el mundo en general condenaba ruidosamente lo ocurrido en plena fecha de rituales patrios, la violencia tenía un discurso paralelo. Mientras el Ministro de Defensa fingía repudiar lo ocurrido, su tropa se encargaba de esparcir más violencia y represión en el Paraíso, en La Vega, en Quinta Crespo, en Los Teques, en Valencia. En cualquier rincón donde se pronunciara la palabra democracia.
Una escala más en la sordidez. A la vista del mundo. El dictador está desnudo en su violencia. Es el momento del horror patrio. Aquí no se puede conmemorar ni celebrar ni izar una bandera más hasta que la pesadilla de destrucción y saqueo sea cancelada.
La democracia sangra pero insiste, insiste, insiste.
No hay otra opción.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – JULIO 06, 2017