Ni un preso más

No hay ni un solo argumento sobre la tierra que justifique que un ser humano esté preso por su forma de pensar. Un gobierno que encarcele, humille y veje a sus ciudadanos por disentir de su ideología no merece regir los destinos de sociedad alguna. El Estado que haga eso simplemente está delinquiendo, secuestrando hombres y mujeres, violando los derechos humanos de sus habitantes. Quien te condena por tus ideas es un fundamentalista. Quien te marca por tu manera de pensar es un fascista. Es la consagración de la Policía del Pensamiento, según la idea orwelliana.

En Venezuela, en los últimos años, se ha vuelto extremadamente peligroso tener criterio propio. Lógico.  A las dictaduras no les gustan los cerebros con autonomía propia. Quieren neuronas domesticadas. Quieren súbditos. Necesitan vasallos. Gente que repite consignas y no discierne. Que corea estribillos y respira con miedo. Gente sojuzgada. Sumisa. Gente derrotada de antemano. Una simple e inerme célula en el organismo superior del Estado. Fichas. Peones. Carnets de la Patria.

Y uno no lo va a decir lo suficiente: en nuestro país hay demasiadas personas que no deberían estar presas. Los casos son escandalosos, infames, obscenos. Una afrenta a la condición humana de magnitudes impensables.  Hoy quiero referirme en particular a uno de los tantos presos políticos de este régimen: Roberto Picón. No solo lo conozco a él, sino a su familia. Les conozco su sonrisa tan venezolana, tan igualitos a todos los que aquí nos ufanábamos de ser un derroche de abrazos y cordialidad. Conozco su don de   bien. Son venezolanos intachables, que han procurado dar lo mejor de sí en el mapa donde les tocó nacer. Gente con vocación de servicio. Una familia que quiere a su país. Así de simple y grande. Gente que ha trabajado y vivido para ser mejores en un mejor país.

¿Por qué está preso Roberto Picón? ¿Cuál es su delito? ¿Ser un brillante ingeniero de sistemas especializado en la defensa del voto ciudadano? ¿Será eso? Porque Roberto ni siquiera es político, ni pretende serlo. Su apostolado ha sido ese: perfeccionar las herramientas civiles que tienen los ciudadanos para expresar su opinión política de forma civilizada y democrática a través de un sistema electoral. Roberto es un principista. Un hombre de premisas cívicas. Nunca ha robado nada a nadie. No es un asesino. No ha violado, secuestrado o golpeado a ningún ser humano. No es hombre de armas, sino de números y estadísticas. No conoce el lenguaje de la violencia. Ha querido educar a sus pares en estrategias de confrontación electoral. No sabe conspirar ni traicionar a la patria. No fabrica explosivos ni colecciona granadas. Es simplemente un venezolano que se dedicó, estos últimos años, a ayudar a los partidos políticos que integran a la MUD en la coordinación de sus estrategias electorales. Pero aquí es traidor a la patria cualquiera. Basta que lo decida un líder revolucionario en un programa de televisión. Basta que escriba su nombre en una pizarra o en un papel sin membrete. Es ahora tan fácil ser un traidor a la patria.

Hay algo muy perverso en la actitud de quien encarcela a un ser humano y lo aísla de su familia. Es enfermo, es  siniestro, lo que están haciendo con nuestros presos políticos. Roberto Picón debió esperar 56 días con todas sus noches para poder ver a sus hijos por primera vez desde que se lo llevaron preso sin orden de captura ni de allanamiento. ¿Por qué tanta saña? ¿Hay alguna razón humana o política que justifique arrojarlo a un calabozo y privarlo de sus derechos más elementales? ¿Por qué tuvo que esperar 70 días para que por fin sus abogados pudieran verlo? ¿Es que ni siquiera tiene derecho a la defensa como en cualquier sistema judicial del mundo? ¿Estamos hablando de un asesino en serie, de un terrorista que enfiló su camioneta contra una calle llena de transeúntes buscando conseguir la mayor cantidad de cadáveres posibles? No. Roberto Picón es apenas un ciudadano. Un simple ciudadano. Un consagrado padre de familia. Un ciudadano graduado con honores en su promoción.  Un venezolano para el ejemplo. Un convencido de la fuerza del voto como símbolo de la democracia. ¿Por qué le negaron el más mínimo contacto con la luz del sol durante 87 días seguidos? ¿Eso no es tortura física y psicológica? ¿Por qué lo encerraron durante 17 días en un baño, sin luz natural, sin ventilación y sin la más mínima condición higiénica? ¿Por qué tuvo que recibir su cumpleaños número 55 allí, en el suelo, recostado a una poceta pestilente? Como si fuera un paria de la sociedad. Un engendro. Un criminal de alta peligrosidad. ¿A cuenta de qué un tribunal militar va a juzgar a un civil? ¿Es otra vez porque les da la gana? ¿A su arbitrio y antojo? ¿Eso es el socialismo? ¿La romántica tierra de las utopías donde todos seremos iguales en nuestros derechos y deberes? ¿Quién de los personeros del régimen es tan avieso en su proceder? ¿Son la venganza y el encono las estructuras morales sobre las que se construirá el hombre nuevo?

No pienso enumerar las abundantes y graves violaciones al debido proceso y al Derecho a la Defensa que hay en el caso de Roberto Picón. Son las mismas que le han aplicado a muchos otros venezolanos que hoy ven cómo sus días se extinguen en las mazmorras del SEBIN. Los abogados de bien que aún existen en el país han sido pródigos en explicaciones sobre los horrores y vejaciones a las que someten a los presos políticos venezolanos. Hoy acusan a Roberto Picón de traición a la patria, rebelión y sustracción de equipos pertenecientes a la Fuerza Armada. Quien conoce a Roberto Picón sabe perfectamente que esa es una acusación sin sentido. Que es absolutamente inocente. Que no ha cometido delito alguno. Que debería estar libre. Que su tesitura moral solo merece aplausos.

En las cárceles venezolanas han comenzado a morir presos políticos por negarles atención médica, otros han contraído paludismo, algunos han hecho riesgosas huelgas de hambre, otros han sido torturados, confinados a La Tumba–cárcel de siniestra fama- o han pasado hasta más de diez años detrás de las rejas esperando que la justicia llegue. Algunos siguen presos en sus propias casas. Y el crimen de todos es el mismo. Oponerse al más enfermo de los sistemas políticos del mundo: la dictadura.

Hoy hablo en nombre de Roberto Picón. Pero también en nombre de los 487 presos políticos que inundan las cárceles de Nicolás Maduro. Mañana la cifra cambiará. Serán 500. O 650. O cualquier otra cifra. Pero ya el resto del planeta lo sabe. En Venezuela está prohibido alzar la voz para disentir. Todos debemos convertirnos en un número más. Buscar nuestros carnets de la patria para que puedan vacunar a nuestros hijos. Y esperar una migaja de comida llamada CLAP. Ser vasallos o libres. Esa es la gran encrucijada donde se encuentran los venezolanos en este momento del siglo XXI. Por mi parte, para honrar el mandamiento principal de la obra de Roberto Picón, voy a votar en todas las elecciones que se realicen en mi país a pesar del régimen y gracias a la presión ciudadana y a la de la gigantesca comunidad internacional. Voto por la libertad de Roberto Picón y la de todos los presos políticos. Voto por los torturados y asesinados. Por la democracia. Por el fin de la dictadura. Por ese otro país que nos espera y reclama.

Tanto dolor tiene que convertirse en libertad.

Alzo mi voz con la voz clausurada de todos nuestros presos políticos. Y que sepamos exigir el respeto que merecemos como ciudadanos de libre pensamiento: ni un preso más. Ni uno más.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – SEPTIEMBRE 28, 2017