Poema del colesterol
Como todo en la vida,
hay un colesterol bueno y uno malo.
Pero sólo uno es noticia.
La prensa lo cita como un criminal de moda.
Las arterias envejecen con la grasa de sus besos.
El corazón se tarda ante la densidad de sus maneras.
Dicen que para vencerlo basta con caminar hacia el sol
comer con la boca cerrada
llorar ante la mantequilla
hacer flexiones de pudor
sudar los domingos.
Dicen que hace fiestas ruidosas en la sangre
compras nerviosas en el hígado
saqueos en la felicidad.
Dicen que te mata con mucha muerte.
Así el amor.
Hay uno bueno y uno malo.
Pero sólo uno es turbulencia.
En la próxima entrega: los triglicéridos.
Esa otra forma de la nostalgia.
Instructor de Vuelo
Yo la enseñé a ver ciudades en la curva del mar.
Le expliqué el desorden de las maletas.
La llevé a puentes no aptos para viajeros.
Le mostré bahías y relámpagos.
Circos que se mecían como poemas de amor.
La hice experta en calles y pantanos.
Cruzamos museos que sólo abrían de noche.
Caminos que se desplomaban de tanto llegar al futuro.
Yo le mostré el alcohol de los amaneceres.
La empujé adentro de los paisajes.
La hice infringir el tránsito del corazón.
La obligué a grabar montañas en el dorso de sus ojos.
Le mostré leyendas y vinos escasos.
Playas que se ahogaban en sus piernas.
El rumor de la belleza en plena autopista.
Postales convertidas en sexo duro.
Yo la llené de ciudades imperdonables.
Le dije gitana.
La hice turista.
Simplemente
la enseñé a irse.
Receta
Haz un poema con tu dedo irónico
usa un verbo para el cinismo
algo de lluvia y de jueves
limones a pie de página
(la acidez nunca es cursi)
generosas cantidades de pesadumbre,
dos adjetivos bronceados
luz de cinco pm
ciudad, kilos de ciudad,
y por favor,
ninguna mujer callejeando en las palabras,
nada,
ni una sospecha de mujer,
ni una sola acrobacia que acabe en sus labios.
A ver si puedes.
Inventario
No quedó ni un solo amigo en los estantes.
El espejo me quitó el habla.
(tuve que afeitarme
de espaldas a mí mismo)
Los libros clausuraron su gracia.
La música optó por desafinar.
Mis hijos perdieron la dirección de mi saludo.
Tuve que contentarme con llorar.
En ruso. En calma. En ropa interior.
Más nunca mostré mis nudillos.
Mi casa se llenó de periódicos sin abrir
y mangos que nunca caían.
Los mosquitos se aburrieron de tanta tristeza.
Pero lo peor fue la conserje que,
espantada,
nunca más me entregó
los recibos de la luz.
Fue entonces cuando quedé
en la más completa oscuridad.