Por: Carlos Pérez
La primera y la más decisiva fortaleza de la serie Accidente, de Leonardo Padrón (Netflix, 2024), es la exposición rotunda y eficaz de la fragilidad del hombre frente a su albedrío. El relato nos hace testigos de un sorpresivo descarrilamiento emocional, a partir de una tragedia atroz e inquietantemente verosímil, por la que hierven las pasiones (forzosas, imprescindibles), y cada corazón se desbarranca en su propio cataclismo, persiguiendo la verdad turbia e incompleta que su hecatombe le permite ver.
Los sentimientos, emanados del horror, entretejen el claroscuro de la naturaleza humana, y así el naufragio se vuelve acto de fe, y el infortunio y la risa agrietada legitiman cualquier respuesta, por delirante que sea. Al final, cesa la tormenta y las aguas bajan. Pero el mundo ya no es el mismo, y ahora sólo quedan los vidrios derramados y la evidencia de que el error no es despropósito, sino potestad ineludible. Y mientras tanto, cabalgando ese proceso, ocurre el giro magistral que le coloca signos de interrogación al título (¿accidente?), y nos aclara que todo accidente es una decisión.
Se le abre así la puerta a un thriller de profundidad insospechada, y el lenguaje del autor afianza su elocuencia desde todos los ángulos que componen el producto (dirección, fotografía, guion, casting, Leonardo Padrón escribe la obra y es también su productor ejecutivo). El resultado es una joya audiovisual, que indaga con propiedad el fondo emotivo del suspenso, y que se engasta en una narrativa brillante, capaz de convertir el dolor en un hecho poético incontrovertible.
Es Edipo rey, untado en su infausta soberbia, Emma Bovary, sublevándose en orgasmos de incertidumbre, o Aureliano Buendía, perdido por mano propia en el laberinto de su soledad. Por la oportuna relevancia de su reflexión, y por la dignidad con que la expresa, Accidente es un clásico recién acaecido en la pantalla. No hay otra forma de decirlo.