Henos aquí: en la última calle de nuestra actual coyuntura histórica. Y resulta escalofriante descubrir que es una calle ciega. Pareciéramos atrapados en una emboscada perfecta. Si aceptamos ir a las elecciones presidenciales en estas absurdas condiciones, la victoria de Maduro está garantizada. Obviamente, no por su popularidad, que es bastante precaria, sino por las muchas tretas ya aceitadas y al acecho, y por el sistemático desmantelamiento de la creencia del venezolano en la institución del voto. Y si decidimos ignorar la convocatoria, salirnos de esa calle, no asistir a la refriega electoral, el régimen replicará el diseño del 30 de julio del 2017, donde fue a votar en solitario para instaurar el monumental fraude de la ANC. E incluso así, jugando solo en el tablero, se vio obligado a mentir descaradamente, pues el número de votantes en los centros electorales era tan escaso que a ellos mismos les daba vergüenza.
El hecho es que durante los últimos años, dado su estruendoso fracaso como gobierno, la dictadura se preparó para el decisivo evento electoral en forma casi milimétrica. Primero se dedicó a minar la credibilidad de los ciudadanos en el sistema electoral “más confiable del mundo”. Tibisay Lucena, entonces, se convirtió en el preclaro símbolo de la estafa a un país entero. Verla caminado -al ras de la oscura medianoche- por la baranda más televisada de la historia solo nos trae nefastos recuerdos. Por eso el régimen hace punto de honor la presencia de Lucena en el CNE, así sea extremando la resistencia de su mermada salud. Su sola imagen es un arma de desestabilización del ánimo de la población electoral. Mientras más Tibisay, menos votos. Así de simple. Como esa otra ecuación que parece decir: mientras más diálogo, menos confianza. Mientras más redes sociales, más confusión. Mientras más cerca estamos del final, más lejos nos ponemos. Habitamos el reino de la paradoja. Es una serpiente girando sobre su propio eje. Y en la piel de esa serpiente está nuestro destino.
Pues bien, una vez que el régimen logró que la abstención se convirtiera en la respuesta masiva del ciudadano; atomizada en veinte fragmentos la oposición; inhabilitados, presos o en el exilio sus líderes tradicionales; asesinados literal y públicamente los focos de resistencia armada; construida una estructura de alimentación que sojuzga la voluntad del pueblo, entonces el régimen más repudiado en nuestra historia republicana convoca a elecciones presidenciales. Ellos conocen el rechazo que generan. Lo sienten en los juegos de pelota, en las iglesias y procesiones religiosas, en los aviones y restaurantes, en los sindicatos y fábricas, en urbanizaciones y barriadas, en poblados remotos y hasta en las entrañas de PDVSA, de las Fuerzas Armadas y de su propio partido político. Pero he aquí el chiste cruel: el régimen que tanta muerte, hambre y ruina le ha traído a los venezolanos tiene todas las condiciones para “revalidarse” electoralmente. Claro, son las condiciones que ellos mismos han ido tejiendo siniestra y aviesamente, centímetro a centímetro, durante largos años.
El gran dilema es qué hacer. Todas las opciones parecen dar error. Ir a elecciones con el mismo CNE -a estas alturas del agravio- es suicida. Sin duda, en otras ocasiones parecía haber condiciones ligeramente menos grotescas y abusivas, pero igual fueron escamoteadas el mismo día de las elecciones. Es un modus operandi probado y eficiente. Ya la mesa del diálogo estalló en añicos, sobre todo al levantarse el canciller de México quien era la voz con más ascendencia en el grupo de intermediarios. A su vez, la escalofriante Masacre de El Junquito está demasiado fresca, sigue goteando sangre en nuestra memoria colectiva, generalmente tan proclive al olvido o a las sustituciones.
Así estamos. Si votamos, perdemos por trampa. Si no votamos, perdemos por ausencia. ¿Cómo romper el cerco de esta calle ciega? El reloj está corriendo. La cuenta regresiva suena su tic tac sobre nuestro futuro. ¿Es la aparición de un outsider que nunca ha estado en la arena política la solución? Sorprende que ya algunos miembros de ciertos partidos políticos de oposición asomen esa carta. Quizás tienen muy claro que es imposible -en tan corto tiempo- revertir la matriz de rechazo que hoy tiene el liderazgo opositor. Estamos sumergidos en un dilema shakesperiano. ¿Votar o no votar? ¿Votar en qué condiciones y por quién? Y si no votamos, ¿qué se hace? La comunidad internacional está escandalizada ante esta propuesta del régimen que parece agarrar -¡una vez más!- fuera de base a la oposición. Es, quizás, el momento más crucial de nuestro penosa crisis como país. Se necesita coherencia, extrema reflexión y carácter. La decisión que tome la oposición debe ser estrictamente consensuada y profundamente firme. Por favor, lancen a la basura sus aspiraciones personales. No es posible que ya un partido como AD se desboque en anunciar su disposición a revalidar su tarjeta electoral, actuando en solitario. Ya algunos políticos han levantado su mano autoproclamándose como candidatos a la contienda, como si eso bastara para revertir el campo minado que tenemos por delante. No lo olviden, señores de la política: el país es el país y sus 30 millones de almas en estado de desesperación. No hay ego que supere ese diagnóstico. Es nuestra hora más menguada. No podemos entregarle seis años más a la dictadura. Sería la lápida definitiva de la esperanza.
El reloj avanza. Abril se acerca a toda velocidad.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – ENERO 25, 2018