Días decisivos

La sensación se ha generalizado. Todo el país siente que estamos en la antesala de un episodio mayor. El gran misterio que le otorga tanto suspenso a los días que transcurren es cuál será el desenlace. Podemos estar cerca del fin del mundo – a escala Venezuela – o a la víspera del inicio de una nueva nación. Cada día, a la vertiginosa trama, se le añaden nuevos personajes, giros inesperados y escenas de altísima temperatura en su violencia. Violencia pura y dura. Somos un país no apto para menores de edad.

La actual situación es insostenible por mucho tiempo más, se asegura. Pero en estos días hemos descubierto que el infierno tiene varios sótanos. Y los gerentes de la pesadilla han demostrado que no poseen escrúpulos a la hora de extremar sus agravios. Las fuerzas uniformadas perdieron su mayor insignia: la autoridad moral. La violencia del régimen se ha convertido en un “servicio a domicilio”. Allanan hogares, roban, asesinan mascotas, tumban verjas, rompen vehículos y dañan ascensores por el puro placer de hacerlo. Diseminan terror a manos llenas. Se han hecho trágicamente inolvidables. Pasarán muchos años para que el ciudadano común vuelva a respetar a alguien vestido de autoridad. Lamentable. Hoy se han ganado el odio de la gente gracias al ensañamiento con el que están reprimiendo al país entero. Lo que hacen solo califica de sórdido. Y esa es una palabra oscura, muy oscura.

Uno de los tantos videos que colapsan las redes sociales muestra, en las adyacencias de la Plaza Altamira, a un grupo de motorizados de la GNB que ronda la zona atento para reprimir a cualquier manifestación que surja. Los motorizados, a contra vía, bajan en dirección norte-sur por la Avenida Luis Roche y cruzan la Avenida Francisco de Miranda sin importar que el tráfico fluye de acuerdo a las indicaciones del semáforo. Ocurre lo inevitable. Un carro choca contra una de las motos y los dos guardias caen aparatosamente al suelo. ¿Cuál es la reacción de la gente alrededor? Alegría, aplausos, gritos de placer, mofa a los caídos. Nadie mostró preocupación, nadie corrió a ayudarlos. A fin de cuentas -podría ser el pensamiento general- son nuestros verdugos los que cayeron al suelo. Una pequeñísima victoria que les regaló el azar. Los guardias, entonces, se levantan sin mayores saldos que lamentar. Pero ante la emoción de los peatones por su caída, responden lanzándoles una bomba lacrimógena. Ya es su forma natural de comunicación. No hablan. No argumentan. No disuaden. Son robots que disparan. Ah, y roban.

El “hombre nuevo” es un robot diseñado para la violencia.

El mensaje es claro: somos la revolución, y si no nos aceptan, somos la destrucción.

Venezuela se ha convertido en una zona de rabia. Rabia y dolor. Una mueca creciente de dolor que asola cada rincón del mapa. Cada vez que Nicolás Maduro hace un llamado a la paz se enluta un hogar venezolano. Cada vez que anochece, el terror sale -vestido de tanqueta- a invadir los condominios donde la gente come y duerme. Se esfumó la vida como asunto cotidiano. Así de feroces son estos capítulos de la realidad nacional.

Son días decisivos, dice todo el mundo. Sin duda, nos estamos jugando el futuro de cada uno de nosotros y de la nación como organismo vivo. Si la constituyente de Maduro se lograra imponer sería el fin de la Venezuela que aun sobrevive en la templanza de sus ciudadanos. Nos convertiríamos en una audiencia agónica ante una cadena presidencial gritando espejismos en el desierto. Esta vez la diáspora tendría la prisa de las estampidas. Millones de venezolanos saltando al vacío del éxodo. Y los que queden, los que no tengan la opción de emigrar, serían pasto de las hienas en su rapiña más conclusiva.

Por eso vale la pena seguir apostando por la sensatez. El discurso salvaje del régimen debe detenerse, por su propia supervivencia política. Pero sus cabezas más radicales no conocen las aguas del equilibrio. Para ellos el lema sigue siendo “Patria o Muerte”. Patria para ellos, muerte para nosotros. “Nosotros”: ese resto enorme de país que se les opone. La voz de las calles dice que no quiere dictadura. Y lo dice de una forma tajante, directa, sin ambigüedades. Lo dice día y noche, marchando, plantándose, insistiendo, herido de perdigón y metra, gaseado, encarcelado, torturado, pero irrevocable en su postura.

¿Quién más de aquel lado del río está dispuesto a atravesar las aguas crecidas del conflicto para detener el desastre?

Se dice que la Fiscal General no está sola. Así lo creo. No parece tener el talante de los suicidas. Hoy, en su verbo, no solo habla la institucionalidad, sino también el instinto de supervivencia. El chavismo le esta diciendo adiós al madurismo. Y en la misma escena, el país le dice basta al régimen.

Todo está a punto. Hay un olor a víspera que es más fuerte que el de las bombas lacrimógenas. Estamos en la antesala del final de un proceso. Crujen las paredes. Arde el aire. El terror escupe sus vocales. La dignidad ciudadana resiste y se enfrenta. Falta poco. Apostemos al triunfo de la tenacidad. Que gane el país. Que se cancele el crimen vestido de poder. Toca ensayar otra oportunidad de patria. Sin excesos nacionalistas, sin apostar por caudillos mesiánicos, sin falsos profetas que prometan el paraíso perdido.

Ya hemos tenido suficiente infierno.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – JUNIO 15, 2017