Sólo pocos seres humanos en el mundo saben exactamente lo que significa ejercer el oficio de ser presidente de un país. Un oficio que genera un impacto directo en el latido de sociedades enteras. Si ese funcionario, cuyo convenio principal es trabajar por la prosperidad de su pueblo, no está capacitado para el cargo y da muestras notorias de ser –digamos- irresponsable, mediocre, incompetente y corrupto, debería ser conminado a renunciar al cargo por una fuerza moral superior. Pero eso es mucho pedir en nuestras precarias reglas de juego. Entonces, ¿qué tal, por ejemplo, la existencia de un manual de conducta? Algo paralelo o anexo a la Constitución.
(Y piensa uno cosas así)
Manual de Conducta Presidencial:
– Un presidente debe tener un lugar para guardar su ego. A doble llave, cadena y vigilancia privada. Debe someter al ego a pan y agua, con los oídos cubiertos, y recibir solo dos minutos de halagos al día para evitar creerse El Salvador, el Magnánimo, el Supremo, el Ungido por los Dioses. En síntesis, un presidente debería encerrar su ego en la Tumba del Sebin.
– Un presidente debe saber usar el idioma de su país. Cualquier malversación del vocabulario, cualquier violación de la cordura lingüística, contribuye a deteriorar el nivel cultural de sus gobernados.
– Un presidente debe tener prohibido hacer el ridículo compulsivamente. Una vez al mes debe ser el límite máximo permitido.
– Un presidente debería someterse a una investigación previa para demostrar su capacidad intelectual y su ética a prueba de dólares.
– Un presidente debe tener una familia moralmente irreprochable. Incluyendo sobrinos.
– Un presidente debe procurar el bienestar de sus ciudadanos por encima de cualquier ideología. No hay ventura posible bajo el hambre, la carestía, la hiperinflación y una lluvia de balas y perdigones, detenciones y asesinatos por protestar ante la falta de pan, justicia y medicinas.
– Un presidente no debe hacer de su cargo una tribuna de insultos y amenazas. No debe escupir adjetivos grotescos contra sus adversarios. So pena de recibir el mismo trato de parte de sus contrarios.
– Un presidente debe valorar la vida de sus ciudadanos por encima de todo asunto público. Un solo niño muerto por falta de antibióticos o alimentos debe ser calificado como delito presidencial.
– Un presidente debe dar el ejemplo. No ilustrar con el disparate y la infamia.
– Un presidente debe saber llegar al poder. Pulcramente. Usurpar la voluntad popular, robar votos, escamotear elecciones, hace que un presidente no merezca ser presidente.
– De igual manera debe saber cuándo abandonar el cargo. Y no intentar gobernar más allá de lo estipulado en la Constitución. Así evitará el desprecio de la sociedad que gobierna.
– Debe ser castigado penalmente si miente. Más aún, si miente mañana, tarde y noche, año tras año, prometiéndole el paraíso a sus electores mientras solo ocurre oscuridad, muerte y desasosiego.
– Si los ciudadanos pierden el placer cotidiano de la vida y cada simple acto (almorzar, estudiar, ir al médico, adquirir ropa, viajar, prosperar) se les torna un infierno, entonces dicho presidente debe reconocer en cadena de radio y televisión su ineptitud para el cargo y renunciar a los treinta días hábiles. Un presidente debe tener el coraje de reconocer sus limitaciones.
Cualquiera que no cumpla con estas normas básicas no es un presidente, es una tragedia con bigotes modo Stalin.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – ABRIL 22, 2018