Este 20 de mayo del 2018 en Venezuela va a triunfar el fracaso. Una paradoja mortal. La tristeza nacional adquirirá un nuevo punto de inflexión. Tal vez ni siquiera haya que esperar al calculado pudor de la medianoche para constatarlo. Esa tristeza se convertirá en tatuaje. La marca absurda de nuestro destino más inmediato. Una desembocadura que nunca pensamos merecer. Las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura, de forma anticipada e ilegítima, son la muestra más palpable de nuestro fracaso como generación. No hay atenuantes posibles. Todo parece vertiginosamente inútil. La estrategia de la abstención finaliza al pronunciar la palabra. La herramienta del voto fue desmantelada de sentido real. Es un espejismo. Un hueco que espera nuestra caída. Deambulamos sobre los escombros de nuestra incapacidad colectiva. No supimos reaccionar asertivamente ante la voracidad delictiva en curso. Todos los venezolanos hemos sido arrasados por la peste del chavismo. Todos. Incluso los que bailan la danza de la fantástica corrupción. Porque el óxido de la pesadilla igual los va a alcanzar.
Fracasamos en urdir la única estrategia que nos exigía la circunstancia: unirnos. En esta muchedumbre de treinta millones de almas, son más los elementos que nos unen que los que nos separan: la desgracia, la rabia y el dolor, por citar tres asuntos unánimes, por ejemplo. La crisis terminal de todas nuestras instancias como nación. No supimos convertir el hambre, la corrupción y la violencia en un solo hilo para coser nuestras diferencias. Lo creo firmemente: bastaba con unirnos para cancelar la pesadilla. Suena simplista pero hubiera sido demoledor.
Nuestros líderes fallaron ruidosamente. Se devoraron entre sí y triunfó la pequeñez política. Luego de tantos muertos, presos y tanto exilio en carne viva no supimos ir más allá. Trascender las derrotas precedentes. Nos tragó el vahído de nuestro propio desconcierto. Nicolás Maduro, el peor candidato del mundo, compite contra dos candidatos inadvertidos. Tan súbitos que solo pueden haber sido concebidos por el propio chavismo o los dictados torpes de la egolatría. Henry Falcón nunca hubiera ganado unas primarias entre los candidatos naturales de la oposición. Javier Bertucci muestra un desconcertante 15% en las encuestas, que ni siquiera Maria Corina Machado, que ha dejado el alma en el camino, pudiera ostentar limpiamente. Que Bertucci y Falcón no hayan sabido colocarse en una misma página para sumar porcentajes y robustecer una insalvable diferencia de votos parece un diseño concebido por mentes maestras. Parecen nombres salidos de la misma fábrica. Esa que ha concebido seis años más de dictadura para Venezuela.
El mal tiene sus genios. Y hoy despachan desde una oficina llamada Venezuela. Pero que esto no suene a epitafio. A pesar de su luctuosa melodía. Es un reclamo en voz alta y rabiosa contra nosotros mismos. Ha ganado el establishment criminal. Y también la tristeza. Ella otra vez. Ya Tibisay Lucena debe haber redactado el obituario final a la democracia venezolana. Aunque ni eso. Bastaba con reciclar una vieja cuartilla que nació en una remota medianoche de nuestro primer fracaso. Y repetirla una vez más. Total, ya conocemos el duelo que le sigue. Es un viejo sendero. El deja vu de nuestra desdicha. Se hace imprescindible un colosal mea culpa que nos devuelva un poco de dignidad para recomenzar. Porque debemos evitar a toda costa el cáncer de la resignación. Vendrá el duelo, y quizás su mucho de estampida. Pero jamás la resignación. Por favor.
Bien lo escribió Rafael Cadenas, nuestro poeta mayor: “Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra”.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – MAYO 19, 2018