Quizás de todas las navidades que hemos vivido bajo régimen chavista -la cuenta va por 18 – esta sea la más dura de todas. La más desnuda de esperanzas. La que nos consigue más invadidos por el desánimo. Más desarmados para apostar por el futuro. La gran paradoja es que a la vuelta de la esquina asoman su rostro las elecciones presidenciales. Unas elecciones que pedíamos a gritos pero sentíamos demasiado remotas. Mucho se hizo –aunque mal, muy mal, y a veces con espantosa ingenuidad- para intentar una solución más inmediata. Unas elecciones que serían –en condiciones normales- la más simple y serena de las soluciones a esta larga congoja existencial. Pero justamente se acercan en el peor momento de la oposición. La oposición que somos todos, no solo los partidos políticos Esas próximas elecciones se acercan y nos encuentran heridos, desmembrados, arrasados por el desencanto. Y sabemos que habrá elecciones porque ya pocos creen en elecciones. Es como quien atraviesa un severo y crudo desierto para llegar, desmayado de sed, a casa de su enemigo mortal. Sabrás que el vaso de agua, de aceptarlo, tendrá la suficiente dosis de veneno como para matarte.
El caso es que el país no puede más. Anda dándose tumbos contra la hiperinflación y la miseria con un telón de violencia realmente tenebroso. La cantidad de gente yéndose del país es algo mucho más que una estampida. Las historias mínimas, adentro y fuera del mapa, son conmovedoras. Ya mucha gente ha lanzado la toalla blanca de la rendición. Y asumen la actitud del condenado que entiende que su horizonte es la pura y ruda supervivencia. En el extranjero no son pocos los que dejaron de asomarse a la ventana del país, porque no pueden con tanta aflicción y distancia, con tanto intento frustrado, con tanto líder opositor dándose cabezazos contra su propia torpeza.
Para qué seguir relatando lo ya sabido. La gran interrogante es cómo encarar los días por venir. El país necesita una urgente dosis de cordura y responsabilidad. Ya no se puede tolerar más mortandad ni hambre. Las arcas están vacías. Se agota el oxígeno. Hay que ponerse de acuerdo entre todos para evitar el hundimiento total. Hay que prender la luz en alguna parte. Hay que volver a creer en nosotros mismos. Hay que exigirle a los políticos el asesinato colectivo de su ego. Es el momento del despojo total. Sin ambiciones propias. Sin dobles discursos. Sin esperanzas fatuas. Debemos resetearnos por completo. Erigir, palmo a palmo, el puente que nos lleve a otra ruta. Bastante se ha dicho que es el momento de la sociedad civil, pero tampoco debemos desechar a los políticos, porque –bien lo dijo Aristóteles- el hombre es un animal político por naturaleza. Lo que amerita la magnitud de la tragedia es un inmenso acto de contrición de nuestra clase política. Hablo de ambas orillas. Porque alguno debe haber en el pantano rojo que se sienta secretamente avergonzado. La persona que hoy conduce el país está ensoberbecida en la telaraña de sus dogmas y en la infatuación de su cinismo. Y le está haciendo daño a demasiada gente.
Hay que detener esta caída libre. Hay que rearmar la palabra esperanza, tan hecha añicos. Hay que plantearse el año 2018 como la última franja de terreno disponible para salvarnos. Es ahora. Es ya. Comencemos. En la necesidad de elegir por consenso un futuro candidato presidencial, armemos el cómo, porque el cuándo es ya. En la angustia de interrumpir la pulverización total de nuestras condiciones de vida, presionemos por una inmediata solución de una forma más efectiva, con un tajante ejercicio de coherencia y continuidad. En la necesidad de negociar condiciones electorales y otras urgencias, debemos ser implacables, estrictos, intraficables.
Hay tanto por hacer. Nos toca levantarnos, emerger de los escombros y urdir, inventar, elaborar una propuesta que tenga algo de futuro. Como si nos tocara volver a nacer. Como si el mañana dependiera exclusivamente de nosotros. A eso también se le llama anhelo. ¿Quién dijo que tenía que ser fácil la esperanza? En las situaciones límites, en la mueca más penetrante de la oscuridad, la esperanza es terriblemente difícil. Pero esa es su razón de ser. La esperanza siempre es el último peldaño. Nos toca ubicarnos allí. En su incertidumbre, su latido y su tal vez. En su impulso de día que comienza. Y con él, comenzar todos otra vez.
Y digamos feliz navidad, por pura porfía y empeño. Por pura voluntad de insistir en la vida.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 21, 2017