La emboscada

Nunca Venezuela había estado peor. Nunca tantos males al unísono. Nunca tanto repudio colectivo a un gobierno. Nunca un candidato presidencial ha tenido un lastre tan pesado: él mismo, su funesta gestión como gobernante, su monumental empeño en destrozar la normalidad de un país. Y a la vez, vaya paradoja, nunca había estado tan cantada la victoria de un perdedor. Porque eso es Nicolás Maduro, un perdedor. Un hombre que tiene que recurrir a todas las argucias posibles: trampas, chantajes, amenazas, compra de votos, y un largo hilo de ilegalidades para mantenerse en el poder. Así sea sobre los escombros de una sociedad entera.

Dentro de pocos días, el 20 de mayo de 2018, habrá elecciones presidenciales en Venezuela. Lo que con insistencia hemos pedido los venezolanos durante tanto tiempo. Para darle la vuelta a estas vergonzosas páginas de nuestra historia. Para cancelar la pesadilla. Si viviéramos en democracia, eso bastaría. Una simples elecciones para escuchar la opinión de todo un país. Para cambiar el rumbo. Para intentar enderezar este apocalíptico entuerto. Pero no, ni siquiera eso tenemos. Hasta el derecho a elegir limpiamente nuestro destino nos lo han robado.

Las elecciones que se aproximan no son otra cosa sino una emboscada. Se le pueden dar otros nombres. Ya hay una larga lista: farsa, fraude, parapeto, engaño, etc. Y sí, es todas esas cosas, pero sobretodo es una emboscada. Recordemos que ese es un término militar que alude al ataque sorpresivo y violento al enemigo. El enemigo, en este caso, somos los 30 millones de venezolanos que deseamos -con urgencia rayana en la desesperación- cambiar el sistema político que rige nuestras vidas.

Ya bastante se ha hablado sobre las adversas condiciones que posee el electorado para garantizar que su ejercicio del voto sea respetado, y no escamoteado, alterado, burlado o negado. Nicolás Maduro, probadamente el peor candidato que pudiera tener cualquier partido político en la historia, con todos los índices económicos en contra, con la hambruna, la escasez y la inseguridad como lobos salvajes rondando a la población, se lanza a la reelección con un entusiasmo tan pueril como solitario. Y no es fatuo recordar que, un año atrás, lo que menos quería Maduro era someterse al escrutinio popular.

¿Hacemos una pequeña calistenia en el músculo de la memoria? Ya en las primeras páginas del año 2017, el 17 de enero, para ser exactos, Diosdado Cabello, el inefable, amenazaba frente a los micrófonos: “Le decimos a la derecha, dejen quieto al que está quieto, aquí no va a haber ni elecciones generales, ni renuncia del presidente, ni abandono del cargo. Aquí lo que va a haber es revolución. Y más revolución”. En la misma tónica, el 4 de diciembre del 2017, Jorge Rodríguez, el hombre detrás de las piruetas del CNE, escupía de forma biliosa: “Venezuela no va a ir a un evento electoral ni va a firmar ningún acuerdo con la oposición venezolana hasta que se levanten las groseras sanciones que la dirigencia de la derecha venezolana solicitó frente al Departamento del Tesoro de Donald Trump”. De nuevo, la amenaza de no hacer elecciones. Ignorando por completo los lapsos que muy nítidamente establece la constitución.

Dependiendo del viento, aparecían declaraciones afirmando la realización de elecciones. El propio Maduro, el 17 de septiembre de ese mismo año, había gritado, ufano: “Las elecciones presidenciales se realizarán en el último trimestre de 2018, como ya está establecido”. Pero -lo hemos comprobado infinidad de veces- las palabras de ese grupete son pura hojarasca. Se las lleva la brisa con demasiada velocidad.

Y, de pronto, cesaron las amenazas de suspensión de elecciones y se pusieron ansiosos por ver a Tibisay en su baranda de medianoche. Imprevistamente, adelantaron las elecciones siete meses. ¿Por qué? Obvio. Porque les conviene. No olvidemos cuando adelantaron en el año 2012 las elecciones para el mes de octubre porque sabían que había muy pocas posibilidades de que Chávez llegara vivo o humanamente presentable al 6 de diciembre, que era la fecha habitual de las elecciones en el país.

Retrasan y adelantan el reloj electoral a conveniencia. Es grotescamente obvio. Esta vez lo adelantan porque ahora sí les favorece competir. Con un organismo ilegítimo (ANC) estableciendo las reglas de juego. Sin tener que cumplir ninguna exigencia electoral. Sin un Smartmatic que se ponga demasiado sincero. Con la oposición diezmada y en plena orfandad. Con sus principales líderes en el exilio, presos o inhabilitados. Con un enorme caudal de votos opositores viviendo en otro código postal. Y con la población agotada, herida, aterrada, sin fuerza para volver a incendiar la calle. Ah, y con un candidato opositor a quien señalan puertas adentro de ser amigo de Maduro de vieja data. ¿No resulta llamativo lo poco que insulta el dictador a su principal rival, cuando el hábito del heredero de Chávez es la procacidad verbal, una y otra vez, contra cualquier ser humano que lo adverse políticamente?

Aterra pensar que Nicolás Maduro sea reelegido el próximo domingo 20 de mayo y que gobernará el país durante 6 años más. ¿El país en manos de Maduro y su hecatombe hasta el año 2025? ¿Hay algún venezolano sensato que quiera esa siniestra condena para su país? ¿Cómo evitarlo? Con una avalancha de votos en su contra. Pero, tranquilos -debe decir Jorge Rodríguez con su aviesa sonrisa en algún salón de Miraflores- ya todo está bajo control. Ya no es posible la avalancha. Ya las fisuras democráticas han sido selladas. Solo queda el tufo victorioso de la dictadura.

Yo, que tantas veces alenté a la gente de mi país a ejercer el derecho al voto, incluso en ocasiones que tampoco eran idóneas, hoy siento que la emboscada ha sido diseñada de manera perfecta y que esta vez no hay ni siquiera una remota esperanza en el ejercicio del voto. Lo vaciaron de contenido. Saquearon por completo la palabra. La delincuencia en el poder se prepara para un nuevo y crucial zarpazo. El mundo entero lo sabe y lo condena a voz en cuello. Nuestros líderes democráticos, aturdidos, no consiguen la brújula para decirnos qué hacer el día después de la emboscada. Hemos entrado en otra etapa de la lucha contra la dictadura. Necesitamos el concierto de las mejores mentes. Necesitamos templanza y definición. Necesitamos un rumbo construido con los ladrillos de la sensatez. No esta neblina de incertidumbre en que nos hemos convertido. Es imperativo sobrevivir a la catástrofe que nos rodea. Salvarnos de ella es salvar al país, a los nuestros, a la posibilidad de un mañana. Salvarnos es refundar la nación desde el día cero. ¿Es acaso el 21 de mayo el día cero?

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – MAYO 13, 2018