La orfandad

Pasan los días y se agrava el vacío. Se incrementa la parálisis de la oposición. Más aún, la zanja de sus heridas. Pasan los días y el régimen aprovecha el cisma para proponer elecciones de lo que sea, cuando hace apenas tres meses evitaba el tema a toda costa. Al ritmo que vamos, Tibisay Lucena puede convocar las presidenciales para el próximo domingo, y así darnos el tiro de gracia, aprovechando la aparatosa fractura de la Unidad. Hoy, la recién galardonada oposición –vaya ironía- semeja a un boxeador que venía acumulando puntos en cada round, que el público aupaba cada vez con más entusiasmo y, de repente, gracias a una suma de clásicas y nuevas artimañas de su contendor –inescrupuloso in extremis, con hojillas ocultas en sus guantes y compadre del árbitro – ha recibido un estruendoso jab que lo tiene groggy, tambaleante, con la mirada borrosa y sin siquiera saber cómo regresar a su esquina. Pasan los días y el país profundiza sus tragedias. Y ya para qué enumerarlas. Todos sabemos lo que es hoy Venezuela. El mundo lo sabe. Hemos entrado, entonces, en el territorio de la orfandad absoluta.

¿Qué hacer cuando nuestros propios líderes políticos han malbaratado sus conquistas, han empañado su credibilidad y comienzan a enrostrarse, a voz en cuello, sus miserias más recónditas? ¿Cómo ayuda al país ese torneo de dimes y diretes? Tres partidos políticos de la oposición asumen una nueva unidad. ¿Y los demás? ¿De qué tamaño necesitamos que sea la tan necesaria unidad? El recelo gana terreno. La decepción colectiva es ensordecedora. La incertidumbre sube a la velocidad del dólar. La desesperanza se convierte en epidemia. Y sería nefasto que en nuestro país se volviera a incubar el virus de la antipolítica, esa toxina que hizo que un personaje como Hugo Chávez llegara al poder. Pero, sin duda, la oposición debe hacerse una revisión profunda, descarnada y convocar -¡cuántas veces se les ha dicho!- al inmenso resto del país que desea cancelar la larga noche del chavismo. Eso que, con prisa, podemos llamar la sociedad civil.

El problema es que el primer mandamiento de toda organización política es la conquista del poder. Y eso enturbia el camino, da pie a negociaciones oscuras, genera ruido en la trastienda. Por eso, insisto en el tema, el convocante debe ser la propia sociedad civil. Lo que menos importa es que el próximo presidente pertenezca a PJ, AD, VP, a una organización vecinal, al mundo empresarial o a una red de ONG´S. Lo que importa es desterrar del poder al grupo de personas –sí, estoy siendo decente con el sustantivo- que se adueñaron del país con el argumento de una ideología que tiene un historial de sangre, ruina y luto en el mundo. Lo que concierne es que el próximo presidente sea un venezolano estructuralmente democrático. Que crea en la independencia de poderes, en el libre mercado, en los méritos profesionales, en la justicia, en los derechos humanos y en un largo etcétera de valores que sostienen la decencia de un país y permiten su progreso. Necesitamos salir del hondo pantano que nos cubre. Es urgente. Es ya.

Podríamos pensar en un liderazgo colectivo. Podríamos urgir a nuestros mejores economistas, a nuestros juristas, a las universidades. Podríamos tejer cuanto antes una respuesta de los ciudadanos, una reacción concreta, que supla el descarrilamiento de nuestros políticos. Por eso no veo descabellada la propuesta de Andrés Velásquez de procurar un consenso nacional alrededor de una figura que concite un nuevo entusiasmo y que logre unificar al enorme país herido. Si esa figura surge desde las canteras de los partidos políticos o desde algún nicho de la sociedad civil es, creo, lo que menos importa. Ese nombre -elegido por todos, ayudado por todos- deberá encarnar la sensatez que necesitamos. La gente precisa volver a creer en la existencia de un remedio contra tanta desdicha. Y ese asidero lo debemos construir entre todos. No se trata de que los partidos políticos inviten a una reunioncita de tres horas a vecinos, obispos, académicos, estudiantes, juristas, abogados, periodistas, intelectuales y defensores de los derechos humanos. La reunión debe ser permanente, inacabable. Y convocada por nosotros mismos. Todos los días. Noches y domingos. Feriados y almuerzos. Sin agendas personales ni apetencias de poder. Que participen los que tienen hambre, los que tienen rabia, los que no pueden con el duelo, los que quieren regresar, los que saben decir Venezuela con la conciencia limpia. Que se erija un congreso nacional e internacional de rescate del país. No una mesa de la unidad donde nunca caben todos. No una coordinadora democrática donde coordinan solo algunos a su interés y provecho. Un asunto que abarque al mapa entero. Que ocurra en cada estado, municipio y calle. Algo que debe decidirse pronto. Que se organice, así como se organizaron tantas marchas, firmazos, trancazos, plantones y plebiscitos, un movimiento nacional de talante sísmico. Una marcha real hacia la cordura. Un llamado a la responsabilidad colectiva. Donde estén los más capaces y los agraviados, los genuinos y los vulnerados.

Se nos perdió la democracia hace mucho rato. No puede ser que hoy, en pleno siglo XXI, con toda la comunidad internacional dispuesta a apoyarnos, no sepamos organizar el rescate del país. Es el momento de reaccionar con audacia. Sin retórica ni abstracciones. Es el momento de cancelar tanto candor y tanta patraña. O reaccionamos los ciudadanos o nos quedamos para siempre sin país. Es el momento de desterrar la orfandad.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 02, 2017