La seriedad que somos

En días pasados, Nicolás Maduro se quejó de lo seria que se había vuelto la televisión venezolana. La aseveración no puede ser más cierta, pero viniendo del propio presidente de la republica entraña un cinismo insuperable. En rigor, todo el país se volvió más serio. Se volvió una tragedia. Y el sustantivo resulta tibio, la verdad. Un país sin alimentos ni medicinas, sin libertades ni derechos humanos, con sus cárceles atestadas de presos políticos, sus calles vacías y oscuras, su gente mezclando la basura con sus jugos gástricos, con las familias rotas y diciéndose adiós día a día, es muy difícil que no sea un país serio. A pesar de que, como lo dijo Isabel Allende en una entrevista que circula a cada tanto por las redes, el venezolano tiene una asombrosa capacidad para la alegría. Pero ya son demasiados años y demasiadas malas noticias. Ya la alegría es un artículo vintage. Se lo tragó la hiperinflación de la tristeza nacional.

Nuestra televisión es seria porque la revolución no tolera el humor, cuyo reflejo natural es contraponerse al poder. Mofarse de él. Desinflar su arrogancia. Radio Rochela, la roca madre desde donde surgieron nuestros grandes humoristas, que ostenta un récord Guinness por ser el programa humorístico más longevo de la historia, basaba su atractivo mayor en la reinterpretación paródica de la realidad nacional. Sus guionistas abrevaban continuamente en los disparates, abusos y exabruptos de los políticos de turno. ¿Y por qué no está Radio Rochela al aire? Busquen en las cenizas de lo que fue RCTV. ¿Y quién acabó con ese canal? La misma gente que hoy reclama más humor en nuestras pantallas. El padre tutelar de todos ellos. Quien, por cierto, hoy también es ceniza.

Pero no solo no hay humor en nuestra televisión, tampoco hay noticieros reales, ni programas de variedades, ni telenovelas, ni series infantiles, ni unitarios o ciclos de cuentos basados en nuestros narradores clásicos, como los que alguna vez se hicieron. Hoy todo es un eco nebuloso y patético de lo que fuimos.

En estos días, el actor Edgar Ramírez publicó una foto con Marisa Román con una breve etiqueta (#CositaRicaforever), un guiño a la muy celebrada pareja (o trío, sería más preciso) que ambos encarnaron en Cosita Rica, la novela que escribí para VV durante los años 2003-2004. La publicación tuvo más de doscientos mil “likes” y superó los tres mil comentarios. Una enormidad. El reencuentro de la pareja trece años después generó un vehemente desfile de comentarios teñidos de nostalgia por la televisión que antes se hacía en el país. Hoy se comenta en los pasillos de la industria que “Para Verte Mejor”, la historia de Mónica Montañés que actualmente está al aire, tendrá el raro privilegio de ser la última telenovela de nuestra televisión. Ya no hay dinero para hacerlas. A fin de cuentas, si no hay dinero para enfrentar la realidad, menos aún para la ficción.

Todos hemos entendido que a Maduro no le gusta que nuestra televisión sea tan seria. Se ha notado claramente. RCTV era un canal muy serio cuando sus noticieros registraban la realidad del país. Sus programas de opinión ejercían seriamente la libertad de expresión. Y lo pagó caro. CNN en español fue muy serio reseñando la espantosa y masiva violación de los derechos humanos por parte de los uniformados del régimen. Mostró los videos de la represión, los asesinatos, robos y golpes a manifestantes, el país entero cubierto bajo una nube de bombas lacrimógenas. Entrevistó a los líderes opositores denunciando la sucesión de fraudes electorales, la emergencia humanitaria, la crisis tocando fondo. Y lo pagó caro. Lo mismo pasó con las televisoras NTN24, RCN y Caracol, todas de Colombia, expulsadas de la televisión por Cable en Venezuela. O el canal argentino “Todo Noticias”. Tan serio se ha puesto todo que solo este año -ojo, ¡este año!- Nicolás Maduro ha cerrado mas de 50 medios de comunicación en Venezuela. Y los que no cierra, los acorrala y los asfixia, hasta volverlos genuflexos, ciegos e, incluso, invisibles. Porque a muy pocos ciudadanos les gusta ver una televisión que les mienta, oír una radio que omita sus problemas o leer un periódico que falsee sus penurias.

Toda censura es mutilación, invalidez, disminución. Y eso somos. Un país disminuido, mutilado. Cuando la censura hinca sus dientes es imposible no tornarse serios. Johann Nestroy, un dramaturgo y actor noruego lo dijo de manera contundente: “La censura es la menor de dos hermanas despreciables: la otra se llama Inquisición”. Mario Vargas Llosa asomó la lápida: “Se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación”. Tomando esa reflexión como lógica, no podemos menos que decir lo obvio: en Venezuela la democracia es también una nostalgia. Hay que hablar de ella como pasado imperfecto y como futuro obligante.

Sí, nos hemos tornado un país serio. Un país cabizbajo. Taciturno. La muerte de la democracia es un acontecimiento luctuoso. No admite chistes, ni bailes en cadena nacional. Hoy somos tan serios como la tragedia que nos arropa.

Mejor apague la televisión, presidente.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 30, 2017