Los románticos del caos

Lo que circula en la mente de cada venezolano es aún más tenebroso que lo que pasa a su alrededor. La incertidumbre es básicamente neblina. Cubre el horizonte por completo. No hay nada más allá. Es la duda vestida de luto. Cuando al futuro se lo traga la incertidumbre, no hay país posible. Las palabras que se asoman en cada esquina del mapa arrastran solo pesadumbre. El aire nacional se ha vuelto irrespirable. La vida en Venezuela se conjuga con aspereza. Y eso también rima con tristeza. No hay nación que se merezca tanto agravio.

Amigos cercanos que han tenido que sentarse en la misma mesa con los líderes de la pesadilla me comentan que algunos de ellos se creen su propio cuento de la guerra económica. Se creen que la invasión de los marines vendrá en los contenedores de medicinas y alimentos que exige la emergencia humanitaria. Se creen los doscientos atentados a Chávez y Maduro. Se creen los cheques de la CIA pagados a humoristas, caricaturistas, escritores y analistas. Se creen capaces de crear al hombre nuevo, a pesar del escandaloso historial de corrupción, saqueo y violencia que han ido atesorando en estos 19 años. Se justifican. Dicen que el capitalismo todo lo envenena. Que la cultura rentista vulneró nuestro tejido moral. Que tantos años de consumir productos culturales emanados de Hollywood y Disney World nos han llenado la sangre de toxinas imperialistas. Que resetear el cerebro del venezolano vivaracho, sinvergüenza y oportunista llevará varias décadas pero, qué duda cabe, para el año 2100 se habrá logrado la revolución ética que aspiran.

A estas alturas del párrafo se me dirá que peco de ingenuo, que no hay un solo camarada a la redonda que no piense más que en robar y saquear. Pero, ciertamente, hay algunos –quedan pocos, fundamentalistas de profesión- que se tragaron sin masticar toda la retórica revolucionaria que escupieron durante décadas Lenin, Stalin y Trotsky (asesinado por sus propios camaradas) hasta llegar a los barbudos del habano y el trópico, Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos, Haydée Santamaría y otras leyendas desvencijadas por el tiempo. Son los mismos que cambiaron el “Padre Nuestro” por el “Patria o Muerte”. Y aferrados a esa frase, llena de polilla y fracaso, han traído la muerte de la República y la agonía del país. Son los ideológicos. Los “románticos” de la revolución. Los mismos que se creyeron que la era estaba pariendo un corazón y entonaron la canción del elegido. Los fanáticos de esa nueva trova que desembocó en hambre vieja y ese hombre nuevo que devino en pranato y malandraje. Son los mismos que cantan que la guerra es la paz del futuro y que por eso hay que ir matando canallas con el cañón de ese mismo futuro ya lleno de sangre.

El problema son los millones de personas que han metido dentro de la palabra canalla. El problema es cuando tanta estrofa se les convierte en odio al distinto, al que disiente, al contrario, al que invoca otro rezo, al que alguna vez prosperó por méritos propios, al que apuesta por la alternancia y la voz de las mayorías, al que cree en las libertades económicas, políticas e ideológicas. Porque la historia bastante lo ha repetido: libertad y revolución no son sinónimos, ni siquiera riman. Libertad sirve para decidir tu propio destino. Revolución, esta “revolución” que desafina Nicolás Maduro, sirve para convertirte en escasez y miseria. Las neveras no funcionan cuando solo están llenas de consignas. Los estómagos necesitan proteínas y carbohidratos, no estribillos y canciones de igualdad en re mayor. La pobreza ya no soporta más poemas a Fidel.

Los “románticos” de la revolución deberían tener la dignidad de asumir su fracaso. No hay epopeya alguna en este desastre que unta las calles del país de saqueos y turbulencias. No vale decirle camarada a nadie cuando crujen tantos niños desnutridos. Pablo Milanés llegó a escribir un verso que decía “renacerá mi pueblo de su ruina/ y pagarán su culpa los traidores”. ¿Será que los estribillos revolucionarios están siempre condenados a estrellarse en la cara de sus más fieles creyentes?

En realidad, no queda hueso sano en el mito de la revolución chavista. Porque esto no es revolución. Es estafa. Desfalco. Pillaje. Y de la más baja estofa moral. Porque en nombre de los desposeídos unos cuantos “camaradas” se han convertido en millonarios. En nombre de los pobres, hoy son los dueños del país. Y no hay canción ni consigna que soporte el fraude más grande de nuestra historia.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – ENERO 11, 2018