De la supervivencia
Poner algo de lluvia en un vaso.
Esperar dos o tres minutos que se asiente la arenilla de las nubes. Luego ingerir, a tragos largos, siempre antes de dormir.
Reunir el mayor silencio posible en un recipiente de aluminio. Dejarlo secar, al sereno, tenazmente.
En caso de ausencia, colocar su equivalente: una metáfora.
Hacer de la noche un fervor, una religión, un aullido.
Todas ellas, instrucciones al dorso:
Para que aparezcas, para que seas,
descalza como un incendio.
Vieja técnica de oración
Si usted coloca la punta del lápiz
en ángulo recto con el viento.
Si usted insiste (y hay pájaros).
Si afina sus ojos.
Si por un instante
la luna ayudara y golpeara
con sus ramajes de nunca.
Si en esa sola punta del lápiz
coloca una fresa y libros mustios
y mucha agua de la infancia.
Si camina con sigilo
de la puerta al balcón al aire:
Y allí escribe.
Si aún
en mitad del zumbido
un gato se pasea
sobre las mujeres
y tanta música y tanto
desvarío
brilla dentro de la lluvia
como fiesta.
Entonces: Dios reincide en el vestíbulo.
Breve punta de su lápiz.
Monólogo del solo
Más bien abandonado, desvalijado. Mi mujer no está, ni su afán, ni sus labios de olvido. Y yo debería estar sereno, porque su ausencia es de días, viaje de trabajo, nada rotundo, nada terminal, el amor intacto, todo perfecto. Pero no está y la sala sufre una acústica inusual. Recorro la casa y no hay boca en la cama ni silueta en las ventanas. Sueno absurdo, prematuro, hosco de tan frágil. Pero así sucede: sólo entiendes el techo cuando no hay techo. Hay un vacío de guerra, una mano intacta y sin agua. Una sospecha de soledad en tu ropa. Abres el baño y ves un solo cepillo de dientes. Eres dueño de todo y, por lo tanto, huérfano. Decides cada paso, cada fruta, cada película. Podrías dormir, embriagarte, vagar días enteros, rabiosa, libremente, pero algo falta. La cama inmensa, la cama más extraña que ancha. Tú me faltas, esposa, necesito tus nervios, tu galope en la sala, tu río y tu ira, tu voz derramándose por los pasillos, mojando la noche, ardiendo el día, necesito el suburbio de tu humor, el relente de tu caricia, la furia de tu furia, necesito tus ojos que tanto,
que tanto.