Todo es demasiado

La crisis venezolana es un largo quejido que cumple ya dieciocho años de edad. Es una crisis adulta. Una crisis que pide a gritos ser resuelta cuanto antes. Una crisis que no acepta seguir envejeciendo. Es mucha la sangre derramada. Mucha la tumba abierta. Son incontables los hogares rotos, los negocios saqueados, los años perdidos. Ya todo es demasiado.

En todo este tiempo, la sociedad civil ha ejercido todas las opciones posibles de protesta, ha luchado tenazmente por sus derechos y ha resistido los embates más crueles e irracionales por parte del régimen. Ha ido a cualquier cantidad de elecciones, siempre en estado general de sospecha todas ellas. (Hasta que nos convertimos en magnitud y ya no hay trampa que sirva. Solo les queda –lo sabemos- no hacer elecciones). Ha firmado planillas, manifiestos, remitidos. Ha llenado las calles con una persistencia abrumadora. Se han tapizado las esquinas del mundo con nuestro llamado de auxilio. Se han coreado cualquier cantidad de consignas, himnos y arengas a voz en cuello. Se han escrito libros, artículos, crónicas, reportajes, canciones. Y después de tanto tiempo, después de titubeos, breves entusiasmos, dislates, ensayos de unidad y coraje, aquí estamos: con el país hecho añicos, con más de dos millones de venezolanos fuera del país, con una economía que parece más bien un acta de defunción, con una moneda inservible y absurda, con un sistema de valores que se desplomó para darle paso al rostro amoral y anárquico del venezolano y con un panorama que se parece al clímax trastornado de una pesadilla.

Estamos en ese punto exacto de la historia donde todo puede convertirse en pólvora y ruina. O en resurrección y esperanza. Justo en este punto, la Fiscal General de la República, ideológicamente afiliada al chavismo, lanza al aire una frase cargada de horror: “Se cierne sobre el país un oscuro panorama de destrucción”. Y este diagnóstico orbita alrededor de la constituyente propuesta por el también agónico Nicolás Maduro (porque, vamos a estar claros, aquí todo el mundo está extenuado, todo el mundo está en la orilla de sus fuerzas).

Pero hay algo que no podemos olvidar. La tragedia no es solo la amenaza de imponernos una nueva constitución, vestida al capricho de la delincuencia gubernamental. La tragedia es una cebolla con demasiadas capas. Porque mientras miles y miles de venezolanos llenan el asfalto con su reclamo y su sangre, con su protesta y su muerte, mientras el país estalla en infinidad de manifestaciones, marchas y plantones, el discurso del caos sigue su trabajo.

Los primeros titulares hablan de los asesinatos y las atroces (es contigo, Padrino López) violaciones a los derechos humanos cometidas por los uniformados de la dictadura. Pero los demás titulares siguen goteando los detalles de la pavorosa crisis. Porque la gente también está cerrando las vías para protestar por la falta de gas doméstico. Pues ya ni siquiera hay lo más elemental: gas para cocinar. Como sigue sin haber pan, otro rubro simple, cotidiano, normalísimo en cualquier país del planeta Tierra. Y la canasta básica familiar está a punto de alcanzar la impensable cifra de un millón de bolívares. Y los barrios se enervan ante los guisos del CLAP y su fugaz duración en la despensa de los hogares. Y las universidades se quedan sin presupuesto para los comedores. Y centenas de niños presentan cuadros grotescos de desnutrición. Y en un mismo hospital reportan veinte casos de paludismo. Y en casi todos los otros hospitales le piden a los pacientes que traigan desde las gasas y las inyectadoras hasta el jabón y el agua oxigenada. Y vuelve la difteria. Y venden antibióticos adulterados. Y leche también adulterada. Y el precio del dólar se vuelve pornográfico. Y siguen secuestrando gente por decenas. Y las gandolas de PDVSA transportan cocaína, como si fueran sobrinos presidenciales. Y no hay luz para las escuelas, ni azúcar para el café. Pero tranquilos, que igual no hay café.

Que no se nos olvide que por todo eso también protestamos. Que por todo eso la vida no vale nada en Venezuela. Que por todo eso queremos arrancar el país de cero y sin espejismo alguno en el horizonte.

Hoy se habla de un nuevo paso en la lucha contra la dictadura. Un paso más donde se enarbolan dos cruciales artículos de la constitución. El 333 y el 350. ¿Es el paso definitivo? Todo lo que viene es inédito para los venezolanos. Tanto como la pesadilla en proceso. Hay gente que parece prometer la destrucción. En cambio, millones apuestan por la reconstrucción.

Ya todo es demasiado.

Ya el país no puede.

Ya no hay tierra que acepte tanto dolor en su cielo.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – JUNIO 22, 2017