Torta en la cara

Hay que reconocerlo: el régimen le pone bastante empeño a desafiar nuestra capacidad de asombro. El martes pasado, ese accidente de la economía nacional llamado CLAP estrenó programa de televisión y para hacer aún más conmovedor su debut en la parrilla de la programación nacional se le picó una torta porque, ¡oh gloria inmarcesible de la revolución!, el CLAP está de cumpleaños. ¡Ha llegado a su primer año de vida! Tanta emoción nos supera.

Ningún ser humano sensato puede unirse a la celebración del primer año de un mecanismo de emergencia. Es como que alguien festejara que ya tiene 365 días en la sala de emergencia de un hospital. Digamos, aun no lo han podido curar, estabilizar, enviar a su casa o siquiera trasladar a una habitación normal, pero ¡qué maravilla que aún está en la sala de emergencia! ¡Brindemos por eso!

Seamos claros, en rigor, Venezuela entera es hoy una gran sala de emergencia.

No podemos olvidar que el CLAP surgió como una medida transitoria para intentar paliar la desesperación de la gente ante la cada vez más crónica escasez de comida. Y aquí estamos, con Freddy Bernal en plan de animador (pésimo, valga acotarlo) celebrando un año de transitoriedad. Bernal, por cierto, insiste en decir CLA, volándose impunemente la última sigla de la palabra que uno supone debe nombrar cientos de veces al día, siendo el coordinador general de los CLAP. Para mayor misterio, debemos recordar que otros ilustres funcionarios del chavismo dicen CLAC. En fin. El hecho es que montar todo un tinglado de celebración del primer aniversario de los CLAP subraya la filosofía del régimen: lo coyuntural convertido en permanente.

Quizás el momento más penoso del primer programa de “La hora de los CLAP” es cuando, al son de un reguetonero intoxicado de estribillos revolucionarios, los allí presentes iniciaron un trencito alrededor de la torta. ¡Un trencito! Todos alegres, manos en la cintura del otro, gorras rojas bien ajustadas, pasitos tun tun, qué dicha, seguiremos dependiendo de una pírrica bolsita de alimentos. Y, en el medio, Bernal haciendo palmas, forzando su cuerpo a bailar al rimo de la melodía, incómodo en su propia fiesta. Confieso que me resultó altamente ofensivo el espectáculo que estaba presenciando. No hay mayor indicador del fracaso económico de este gobierno que las bolsas CLAP. ¿Tienen las mayores economías del mundo ese sistema? ¿Los ciudadanos de otros países latinoamericanos viven este privilegio de mendigar su bolsita cada mes, esperarla con ansiedad, resignarse a comer lo que ella contenga, trancar avenidas y autopistas reclamando su aparición? No. Ninguno. A excepción de Cuba, que por definición, es siempre una excepción y un paradigma de fracaso económico. Y, ¡oh, casualidad!, resulta que ambos países se abrazan en el entusiasmo del socialismo revolucionario.

En esa extraña infatuación que recorre su verbo, Nicolás Maduro, el mismo día de la magna fecha (¡Primer cumpleaños del CLAP!), expresaba muy orondo, en su habitual cadena de las seis de la tarde, que ya los CLAP son famosos en el mundo entero. Claro, nunca precisó la naturaleza de esa fama. Mejor quedémonos en los titulares, habrán dicho sus asesores. Aquí, en Venezuela, los CLAP son famosos por improvisados, precarios, esporádicos, inestables e insuficientes. Se habla todo el tiempo de reventas extravagantes, de bolsas extraviadas en el limbo del quién sabe, de negocio a manos llenas para unos cuantos y humillación en comida para millones de venezolanos.

En conclusión. Luego de la sostenida y demoledora destrucción del aparato productivo, henos aquí, en esta modesta y fingida alegría llamada CLAP. Como si nadie hubiera leído la encuesta de Venebarómetro que concluye lo obvio: el 88,7% de los venezolanos prefiere adquirir sus alimentos en un supermercado. Es decir, la abrumadora mayoría del país prefiere surtirse de productos de una manera normal. Abastezcan los abastos y mercados. Y punto.

Ya hacia el final del programa, el animador Bernal anuncia con euforia que el próximo martes vuelven con “La hora de los CLAP” (bueno, de los CLA) y pasa a recitar una suerte de mantra oficial: “CLA es organización. CLA es motivación. CLA es pueblo en revolución socialista”. Si a ver vamos, el CLAP es una contundente metáfora de lo que estamos viviendo. Es decir: CLAP es dictadura. CLAP te impone lo que vas a comer. CLAP no te deja elegir la marca de los alimentos. (Alguien me hablaba en estos días de la pésima calidad de la harina mexicana y del atún, que se desmenuza de tristeza con solo verlo). Allí todo es importado y sospechoso. CLAP es comida desbalanceada, exceso de carbohidrato y nostalgia de proteína. CLAP es una herramienta de control político. CLAP es la emergencia convertida en norma. CLAP es guiso multimillonario y corrupción. CLAP es farsa y discriminación. CLAP es un trencito alrededor del fracaso. Un trencito que celebra la anormalidad. Un trencito que da vueltas sobre sí mismo sin llegar a ningún lado.

CLAP es, en definitiva, torta en la cara. En la cara de todos los venezolanos.

Leonardo Padrón

POR: CARAOTADIGITAL – MARZO 16, 2017